Pasar la mañana de un domingo solo, releyendo a R.E. Howard, es uno de los placeres que a veces me doy y recomiendo a muchos. Este último, aprovechando su reciente publicación por Ediciones Laberinto en un simpático librito titulado Sonia la Roja para utilizar el tirón del nombre, ha tocado La Sombra del Buitre. Y, creedme, he vuelto a disfrutar -y mucho- no sólo de su excelente y ya conocida capacidad narrativa, sino también contrastando al tiempo ese extenso conocimiento histórico que atesoraba y transmitía a sus escritos el autor tejano, cada día más admirado. Os lo cuento a continuación:
La Sombra del Buitre es uno de esos relatos de Howard que en lugar de Fantasía Épica, o Heroica debemos catalogar como Ficción Histórica, pues no incluye elemento fantástico o sobrenatural ninguno entre sus páginas. La acción transcurre en 1529, en Viena, capital del Archiducado de Austria, durante el sitio a la ciudad por las tropas del Imperio Otomano de Suleiman Kanuni, el Magnífico; pero los hechos abarcan varios años antes, desde el sitio de Rodas (1522), hasta la batalla de Mohács (1526) junto al Danubio, donde las tropas húngaras fueron prácticamente aniquiladas y su rey, Luis II, murió en batalla, sin descendencia. El trono es reclamado por Fernando I de Habsburgo, hijo de Felipe el Hermoso y de Juana I de Castilla y, por tanto, hermano de Carlos I de España (Carlos V de Alemania); pero el conde Juan de Zápolya, voivoda de Transilvania, quien mantiene contactos con los turcos (terminará arrodillándose ante Suleiman), se hace coronar rey como Juan I de Hungría.
Es en este entorno donde Howard sitúa los hechos y sus protagonistas, Gottfried von Kalmbach, caballero germano de la Orden militar de San Juan (Orden de Malta), desencantado, pendenciero y borrachín, y Sonia la Roja (Red Sonya) de Rogatino, aunque ésta no aparecerá hasta mediada la novela (pero cuando lo hace, se adueña de la escena y la narración). von Kalmbach, a quienes los tártaros llaman Gombuk, forma parte de la embajada que Fernando I envía a negociar con Suleiman mientras se hace con la corona; pero éste, que prefiere a Zápolya, los encarcela «mientras toma una decisión». Serán puestos en libertad nueve meses después, poco antes del asedio a Viena, momento en el que el Sultán reconoce el rostro del caballero (cabellos rojizos cortados casi al rape; bigote rubio caído sobre un mentón decidido; ojos azules extrañamente velados…). Ambos se han enfrentado antes, en Rodas, bajo el mando de Phillippe Villiers de L’Isle-Adam. Pero cuando han partido, Suleimán lo recuerda también de Mohács: aquel caballero que estuvo a punto de segar su vida, y le dejó una cicatriz en el hombro; y ordena a su visir que acabe con la vida del infiel que se atrevió a verter su sangre. Éste hace llamar a Mikhal Oglu, líder de los akinji, cuerpo de élite de la caballería ligera otomana que siembra el terror y desolación en los campos de batalla y entre la población civil, apodado «El Buitre» por las alas con que adorna su armadura a su espalda, y le exige acabar con Gombuk. «Si no te traigo su cabeza, que él te envíe la mía», será su respuesta premonitoria.
Tras escapar en última instancia de las tropas akinji que le persiguen, von Kalmbach consigue entrar enViena poco antes de que se inicie el asedio. Y es allí donde Howard vuelve a revestir el relato de panoplia histórica y despliega su conocimiento de los hechos que acontecieron, y describe no sólo la situación de las tropas (unos 20.000 defensores austríacos, con 1.000 lansquenetes alemanes dirigidos por el conde Nicolás de Salm, y 700 arcabuceros españoles, puestos bajo el mando de Felipe Palgrave) frente a un ejército muy superior (entre 100 y 200.000 atacantes, además de los jenízaros, el cuerpo de élite otomano, la guardia pretoriana del sultán), o las tácticas de defensa que organiza un viejo guerrero como Salm, sino que le hace convivir y luchar junto a sus oficiales, Wilhelm von Roggendorf, Nicolás Zrinyi, o Pál Bakics.
Y junto a Sonia la Roja…
«Era alta, magnífica, y, aunque delgada, demostraba una gran fortaleza. Bajo el casco de acero sobresalían unos cabellos rebeldes que caían sobre sus amplios hombros, como una cascada de oro rojizo reluciendo al sol. Las botas altas de cuero cordobés alcanzaban hasta la mitad de su muslo, sobre unos pantalones holgados; introducida en ellos, lucía una fina coraza anillada de fabricación turca. Ceñía su delgado talle con un cinturón ancho de seda verde en el que llevaba cruzadas dos pistolas, una daga y, colgando, un largo sable de Hungría. Una capa escarlata caía indolente desde sus hombros.»
Espadachina mortífera, luchadora implacable y arriesgada frente al turco -al que odia-, arisca al agradecimiento, jura durante el combate y blasfema en respuesta a las bromas de sus compañeros, que la aceptan y respetan -a la fuerza- su carácter distante ( lógico actuar en una mujer rodeada de hombres), Howard la hace -y justifica con ello sus actos- hermana de la odalisca favorita del Sultán, la famosa Roxelana (Hürrem), una de las personas con mayor influencia en el gobierno otomano de la época; pelirroja también, habría sido raptada por los tártaros de una aldea de Ucrania (Rohatyn), aunque hay controversia al respecto. Sonia la odia, por consentir someterse a Suleiman hasta ser su walad.
Con tal perfil, y tras ser salvado en combate, no es de extrañar que von Kalmbach se interese por ella. Tampoco que sea rechazado y vuelva a darse a la bebida. Y en ese estado, se inicia el ataque final de los turcos a la ciudad.
No voy a narrar aquí la conclusión -por otro lado, conocida de todos-, en el marco de un acontecimiento épico -nuevo ejemplo de la historia de David frente a Goliat- que supuso el frenazo definitivo a la expansión turca por Europa. Su última escena es uno de esos finales, magníficos y sorprendentes, a los que nos tiene acostumbrados el autor. Os dejo a todos el placer de descubrirlo -o revisitarlo-, bajo un prisma histórico recuperado que no siempre consideramos al leer una historia de ficción; menos si es de REH, u otro creador de mundos imaginarios como él. En este caso, merece la pena, os lo garantizo; y lo recomiendo. La obra es pequeña, se lee -y disfruta- de un tirón, tanto en la versión recién publicada, Sonia la Roja, de Obelisco (son sólo 5€), como en la más completa de La Biblioteca del Laberinto, Espadachinas, donde además disfrutaréis las otras mujeres guerreras de Howard, Agnes de Chastillón (Agnes la Negra) y HelenTavrell. Ambos se encuentran disponibles (en internet, siguiendo el enlace de sus fichas, -picar sobre ellas-).
Una aclaración necesaria: no pretendo pasar por gran conocedor (sí apasionado) de la historia antigua, menos si es extranjera. Simplemente, para situar mejor la acción y aclararme con los hechos, he rastreado los datos de la novela de Howard a través de internet, al tiempo que la leía (una curiosa experiencia que realizo a veces, y recomiendo) y ahora disfruto dándole forma y compartiéndolo con vosotros (con los nombres incluyo los enlaces a sus fichas en wikipedia).
Por eso, no puedo dejar de sentir admiración por ese hombre que -en un país en el que hoy sus habitantes difícilmente situarán Viena en un mapa-, ya por 1934, sin los medios de hoy en día, y en la América profunda de un poblado perdido enTexas, supo transmitir a sus lectores un bagaje cultural e histórico que enriquece y hace más grande la indudable calidad de su narrativa épica.
Robert E. Howard continúa vivo hoy, en su obra.
Y como reza el lema de Fernando I, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Rey de Hungría y Bohemia:
«Que se (le) haga justicia, aunque perezca el mundo».
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Una preciosa versión de Red Sonja, que me encanta: la de Donato Giancola