LA CHICA MECÁNICA, una Distopía de Paolo Bacigalupi.

Tras un tiempo de retiro voluntario de obras de Ciencia Ficción, para la lectura de este verano dudaba entre elegir una novela de aquellos maestros clásicos de tan grato recuerdo en su día (Asimov, Bradbury, Clark, Dick, Anderson, Aldiss, Pohl, Heinlein, Lessing, Wyndham… una lista enorme), o alguien de nuevo cuño, desconocido (pero premiado), que me abriese nuevas puertas de conocimiento.  Alguien decidió por mí, cuando me recomendó La Chica Mecánica, de Bacigalupi, novela premiada como pocas últimamente, de estilo cercano (nada de space-opera o mundos lejanos) y sugerente, con un cierto ambiente y personajes a lo Blade Runner, obra de culto personal… (ver más sobre autor y premios en la entrada previa de hace un mes).

¿Ha sido una buena elección?  Aún no lo sé.  Pero no me arrepiento de su lectura.

De lo que sí estoy seguro es que La Chica Mecánica no es -como indicaba entonces- uno de esos libros para el verano, lectura agradable con la que pasar un buen rato en vacaciones.  Se trata de una Distopía, término acuñado por John Stuart Mill (filósofo, político, y uno de los padres de la economía) en el siglo XIX en contraposición al de Utopía, para definir una sociedad ficticia -normalmente en un futuro cercano- opuesta a la ideal, donde la manipulación del hombre conduce al totalitarismo y control sobre los individuos en aras a un pretendido bien común; un concepto ya utilizado en la (ciencia) ficción por Orwell (1984), Huxley (Un Mundo Feliz), Pohl (Mercaderes del Espacio), o Bradbury (Farenheit 451), entre otros.

El futuro que plantea Bacigalupi (un siglo XXII tremendamente cercano) es aterrador, por lo identificable que resulta con una plausible evolución del nuestro (ninguno lo viviremos, pero sí nuestros descendientes; y no lejanos).  Un mundo donde el combustible fósil se ha agotado prácticamente sin disponer de energías alternativas, como la solar o eólica (un fallo de planteamiento, quizás), y se vive un retroceso tecnológico; al igual que se han extinguido especies animales y agotado los recursos alimenticios básicos, sustituidos ahora por semillas transgénicas, origen a su vez de nuevas plagas para las que el organismo humano no está preparado; donde los regímenes políticos han cambiado (el imperio americano caído, la unión europea dispersa -¿ha estado alguna vez unida de verdad?-), y son las grandes multinacionales genéticas y bio-alimentarias las que dominan el mundo (igual que «el mercado» condiciona la política actual…).

En ese entorno de retroceso industrial, rascacielos inservibles y en ruinas, recursos reinventados (ordenadores a pedales, motores de muelles percutores, ventiladores a cuerda, luz de gas…), y neoseres, criaturas creadas mediante ingeniería genética (gatos chessire que se volatilizan en el aire, como en el país de las maravillas; grandes mamuts, recreados como fuente de tracción mecánica «a sangre») Thailandia es un reducto agrícola que resiste frente al poder exterior.  Poseedora de reservas ecológicas propias, semillas no mutadas ni infectas, codiciadas por las grandes multinacionales farangs (extranjeros, occidentales), que mantiene espías camuflados de directores de fábricas o embajadores para conseguirlas, ofreciendo a cambio avances tecnológicos o cuanto sea necesario (la reunión de farangs en un garito en ruinas rebautizado «Sir Francis Drake», bebiendo whisky sin hielo, con trajes de lino blanco, es toda una imagen que rememora la época colonial de principios de siglo pasado). Thailandia, una monarquía vigilada regentada por la reina-niña, con dos ministerios principales, ambos al mando de generales enfrentados entre sí: el de Medio Ambiente con sus camisas blancas, fuerza policial creada para preservar su independencia ecológica, y el de Comercio, partidario de la integración con la tecnología farang, partícipes ambos en un juego de lealtades enfrentadas, sobornos comunes, y espías mutuos; un país empobrecido, al borde del enfrentamiento civil, y la amenaza siempre de un nuevo golpe militar (alentado, como no, por las multinacionales).

En ese entorno, también, deambulan los personajes: creaciones de todo tipo, origen y entorno social.  Anderson Lake, directivo de AgriGen, que peina los mercados y calles en busca de nuevas semillas, hasta que encuentra a Emiko; Hock Seng, el tarjeta amarilla a su servicio, antiguo pirata y traficante chino, que busca la forma de recuperar su viejo estatus; Jaidee, capitán de los camisas blancas, luchador idealista por la independencia de su país, que defiende hasta el extremo, incluso por encima de su familia; o Kanya, su segunda al mando, siempre seria y circunspecta por un conflicto de lealtades que mantiene desde su niñez; Carlyle, el traficante farang; o los generales Akkarat y Pracha en los ministerios… Y Emiko, la heechy-keechy, la chica-mecánica, neoser biogenético creado por los japoneses como chica de compañía de alto standing, abandonada después en Thailandia cuando su billete de vuelta resulta más caro que adquirir una nueva.  Sin papeles en un país que niega los avances tecno-genéticos, y condicionada en origen para obedecer y servir, se ve obligada desde entonces a dar placer y diversión exótica en un tugurio, mientras sueña con esa ciudad en la selva donde otros neoseres como ella viven libres…  Será Emiko, llevada a límites extremos en su humanidad recreada, quien desencadene los acontecimientos que otros aprovechan para romper el difícil equilibrio de intereses que mantiene estable la situación del país…  Pero mientras ocurre, su tristeza infinita queda reflejada en esta secuencia de vídeo dirigido por Guillermo del Toro:

La Chica Mecánica (The Windup Girl) es una novela extraña.  Como antes digo, podría no ser la mejor lectura para unas vacaciones de verano, pero no me arrepiento de haberla escogido; ahora, rememorando para esta reseña su historia y los sentimientos, agradezco a Mónica su recomendación.

Bacigalupi utiliza un estilo de lectura fácil, lineal, cómodo para el lector; típico de un Best Seller. Quizás al comienzo, mientras te sitúas y haces con los personajes, resulta lento y un tanto confuso (tampoco ayuda la narración en tercera persona del presente, que contribuye poco a meterte en situación); después todo fluye, sin contrastes ni apenas flashbacks al pasado, sin intrigas profundas ni misterios que desentrañar (más allá de Gi Bu Sen); sólo el desarrollo secuencial de una historia a través del punto de vista de sus protagonistas, hasta el desenlace final. No se trata, pues, de una obra brillante, de esas que dejan una sensación placentera y alta satisfacción tras su lectura (no es El Nombre del Viento, de Rothfuss, para entendernos; ni Blade Runner [Sueñan los androides… de P.K. Dick], con quien tendría líneas en común), pero contiene algo que tampoco deja indiferente.  Quizás esa sensación de normalidad en un mundo post-apocalíptico y transmutado como el que describe; o puede que esos sentimientos intensos generados por una chica sin alma...

Así las cosas, La Chica Mecánica ¿se hace acreedora a tantos premios como ha obtenido?

No me considero ahora experto en el tema, ni he leído -por ejemplo- The City & The City, de China Meiville, con quien comparte el Hugo.  Pero si alguien me preguntara si recomiendo su lectura, diría que sí.

Que juzgue por sí mismo.  Será siempre la mejor opinión.

Libros para el verano: LA CHICA MECÁNICA, de Paolo Bacigalupi.

Sé que no cuadra demasiado con el contenido habitual de estas páginas, dedicadas a la Fantasía y no a la Ciencia Ficción, pero he querido incluirlo dentro de este epígrafe de lectura veraniega porque para mí va a ser uno de esos libros que espero marque mis vacaciones.  Entre otras cualidades, va a suponer mi regreso al género de la SF después de muuuchos años (demasiados).  Y para tal acontecimiento he optado por elegir algo especial, la que mucha crítica ha catalogado como «una de las mejores novelas de Ciencia Ficción que se ha escrito en muchos años» (no podía aspirar a menos, ¿verdad?): La Chica Mecánica (The Windup Girl), de Paolo Bacigalupi, ganadora durante 2010 de los premios Hugo, Nebula, Locus y John Campbell Memorial.  Mejor presentación no puede tener.

La novela tiene todas las visas de los grandes éxitos: rechazada por las editoriales, como las cuatro anteriores de Bacigalupi, hoy aclamado pero entonces sin conseguir publicar ninguna, pese a estar reconocido a nivel de relatos cortos (de momento, desconocidos en España), la apuesta de una pequeña editorial consigue que llegue al fin a los lectores, y estos se encargan de convertirla en éxito.   Tanto como para hacerla acreedora a los mejores premios del género en un mismo año…  Una historia, ella misma, digna de novela, o guión de cine.  Y una demostración inmensa del enorme tesón de su autor, que no se rindió y siguió con la ilusión de crear nuevas historias que transmitir a otros.

Para mí, además, reúne un nuevo aliciente para elegirla en este nuevo Regreso a los Orígenes que realizo: se trata de una de las apuestas de Random House Mondadori (quien la edita en una magnífica publicación de Plaza &Janés), una editorial que me ofrece todas las garantías por la selección de títulos que realiza, y que hace poco me conquistó irremisiblemente con la publicación de El Nombre del Viento, de Patrick Rothfuss (confío en que me cause semejantes sensaciones a ésta y su personaje Kvothe; ya os contaré).

Por otro lado, su lanzamiento cuenta con un nuevo atractivo y reclamo, como es el video promocional que acompaña a su lanzamiento:

Por si no os queda claro,  traslado su argumento, entresacado de la contraportada:

Bienvenidos al siglo XXII.

Anderson Lake es el hombre de confianza de AgriGen en Tailandia, un reino cerrado a los extranjeros para proteger sus preciadas reservas ecológicas. Su empleo como director de una fábrica es en realidad una tapadera. Anderson peina los puestos callejeros de Bangkok en busca del botín más preciado para sus amos: los alimentos que la humanidad creía extinguidos. Entonces encuentra a Emiko…

Emiko es una «chica mecánica», el último eslabón de la ingeniería genética. Como los demás neoseres a cuya raza pertenece, fue diseñada para servir. Acusados por unos de carecer de alma, por otros de ser demonios encarnados, los neoseres son esclavos, soldados o, en el caso de Emiko, juguetes sexuales para satisfacer a los ricos en un futuro inquietantemente cercano… donde las personas nuevamente han de recordar qué las hace humanas.