Disculpad si me repito con una misma entrada, pero acabo de releer lo escrito en la primera reseña de este libro, cuarto de la serie, y la considero lejana y demasiado fría; que no hace justicia a los sentimientos que dejó en mí la obra al finalizar su lectura. Confieso haberla escrito al terminar su primera parte, El regreso del Navegante (más de dos tercios de la obra), agobiado por la falta de tiempo y pensando que sería suficiente para describirla. Me equivoqué. La intensidad de sus últimas 80 páginas es tal que me siento obligado ampliarla, para hacerle justicia y transmitir al completo mis sensaciones:
La Muerte de un Soldado, título que engloba el último tercio de El Segundo Imperio, es la crónica -amena, y muy bien llevada- de una batalla, la última de una guerra entre dos pueblos, que empezó siendo santa por el enfrentamiento y odio de dos ideologías religiosas que en el fondo son la misma, y que en realidad esconde el ansia de expansión de sus dirigentes, como cualquier otra guerra santa de nuestra propia historia; narrada con maestría suficiente como para mostrar con dureza -pero sin recrearse en ella- la cruda realidad que acompaña a todo batalla o enfrentamiento cuerpo a cuerpo, y con realismo la crueldad y sufrimiento de la población civil, principalmente mujeres, a manos del enemigo. Es la crónica, también, de un enfrentamiento desigual entre un gran ejército organizado y unido, con ánimos de conquista, y otro pequeño y débil, abandonado a su suerte por la desunión y enfrentamiento de sus reinos hermanos, en un conflicto interno que -a su vez- utiliza la máscara de la religión para ocultar deseos de poder mundano; un pequeño reino, al frente del cual se erige un hombre del pueblo llano capaz de superar las intrigas de la corte y la nobleza, o las normas de la diplomacia, para unir al pueblo y encarar al invasor.
Para narrar esta historia renovada de David (Corfe) frente a Goliath (Aurungzeb), que comparten sin saberlo más de lo que imaginan, Kearney utiliza ejércitos numerosos y desplaza pequeños contingentes de tropas, despliega unidades o mueve batallones sobre el terreno, y nos muestra la estrategia militar y las tácticas de sus dirigentes. También nos cuenta los sentimientos, emociones y miedos, o momentos de gloria de sus protagonistas, entre los cuales, sin duda, Corfe Cear-Inaf es el actor principal de la obra. Como el David de la historia, surge desde abajo y alcanza las más altas instancias del reino; aunque termine pagando un alto precio personal por ello. Un hombre cuyo trabajo, como él mismo dice, es matar hombres, deberá aprender a dirigir tropas y enviar camaradas a la muerte mientras permanece lejos, sin desenvainar su arma, aunque al final se una a ellos en el sitio de Armagedir y recuerde, en parte, a Custer, en un Little Big Horn diferente.
Emocionante y entretenida, con uno de sus frentes cerrados -al menos parcialmente- Las Monarquías de Dios (obra que recomiendo, como podéis imaginar) se acercan a su último acto. Pensaba dejar Naves del Oeste para más tarde, intercalar entre medio otra de las muchas lecturas pendientes. No puedo. Quiero llegar al final. Y voy a hacerlo.