EL PAÍS DE LOS ESPÍRITUS, de Miguel Ruíz Montañez

«Un espíritu en Haití es mucho más que un espíritu. Es un alma libre, una corriente de energía que escapa de los templos, circula por doquier, anida en los rincones de las casas y se aloja en el interior de las personas. Hay muchas religiones en el mundo, pero ninguna como el vudú, donde el dios, el loa se monta en el creyente, lo toma, lo maneja, lo mima y si el espíritu quiere, le trae el bien.  O el mal…».

Haití («Tierra de Montañas»), posiblemente el país más pobre y castigado, el más misterioso y olvidado de cuantos nos son -o han sido algún día- cercanos, es el entorno elegido por Miguel Ruíz para ubicar su tercera novela; un país al que el vudú hermana con lo oculto y misterioso, lo sobrenatural, el mundo de los espíritus, que el autor asocia de forma racional a vivencias que sueñan sus protagonistas… pero deja intuir algo más.

El País de los Espíritus cuenta la historia de dos hermanos, una familia, los Acevedo, de origen y apellido ancestral, enraizada no sólo en aquellos conquistadores hispanos que bautizaron la isla con el nombre de La Española (primer asentamiento de Colón en su llegada al «nuevo mundo»), sino también con aquellos indios taínos que la habitaban entonces y a quienes llevaron al exterminio.  Una historia que se inicia en 1995, con Hugo y María Acevedo, aún niños de una familia pudiente haitiana, que a la muerte de su padre -¿mediante el vudú?- han de huir hacia Estados Unidos, junto a Bob, un niño de arrabal, que desde entonces se convierte en su nuevo hermano, en un país diferente.  Allí se formarán, y 15 años más tarde, en 2010, los tres regresan a Haití para reintegrarse en la dura realidad actual de un país en el que se ceba la desgracia; donde el dolor, la pobreza, y una cierta esclavitud latente -la femenina hacia el hombre- se unen a los espíritus, el vudú… y la esperanza.

Pero Miguel Ruíz también cuenta, a través de sus protagonistas, una historia de la isla; una versión reciente, más conocida, y otra lejana, de sus primeros moradores taínos, mediante visiones oníricas de los espíritus -siempre presentes- de  la antigua raza.  Y entre sueños, accederemos a la historia del cacicazgo de Jaragua; de Anacaona, Flor de Oro, de Boechío y Caonabo, Higüemota o Mencía, Hatuey y Guarocuya, a quien Fray Bartolomé de las Casas llamó después Enriquillo; y, fuera de ellos, nos introducimos en ritos y costumbres de la magia y el vudú, la religión sincrética de un pueblo ecléctico que aúna el cristianismo de los conquistadores, las creencias de los esclavos, y la religión animista y espiritual de los nativos taínos; un vudú desmitificado, que nos hará familiares términos como loas, hounganmanbo, o bokor.

La Española actual y cacicazgos de La Hispaniola (fuente Wikimedia Commons)

Engarzando todo ello, Miguel nos conduce entre páginas por una gira de aventuras, misterio e intrigas políticas y económicas, que nos imbuye en la vida de Haití, un pueblo acostumbrado a vivir entre la miseria del pobre y la riqueza de unos elegidos; un pueblo donde la mujer se convierte en heroína a diario, con sus hechos cotidianos; un pueblo inestable, olvidado, que necesita ayuda exterior para paliar su desgracia -ampliada con el terremoto del año pasado-, pero que quiere y sabe hallar humanidad en la miseria, y está dispuesto a resurgir, a encontrar su estrella, gracias al compromiso y trabajo de los propios haitianos.  Ese y no otro es el mensaje final que el autor traslada a los lectores en El País de los Espíritus.

Un mensaje que no es gratuito, sino conocido sobre el terreno.  Miguel Ruíz es profesor asociado en la Universidad de Santo Domingo (en la otra zona de La Española), donde acude regularmente; y utiliza su propia experiencia y vivencias en la isla para transmitirlas al exterior, como improvisado embajador literario de un país necesitado de ayuda.  No es casualidad, por tanto, que a la presentación de la obra en Madrid acudiese, junto al Alcalde de la capital, la propia embajadora de Haití en España, Yolette Azor-Charles, o que parte de los beneficios obtenidos con la obra se destinen a proyectos educativos de ayuda a la infancia haitiana, plagada de huérfanos tras el terremoto….  como en la novela.

Confieso que esta tercera novela de Miguel Ruíz me ha sorprendido agradablemente.  Tras el éxito impactante de La Tumba de Colón, y cierta decepción encontrada en El Papa Mago, de la que esperaba más, El País de los Espíritus resulta una obra bastante más profunda y madura que aquellas; lejos de perseguir un enfoque decidido hacia el best seller de acción trepidante y misterio, refleja -sin abandonar el empeño- una apuesta decidida  por su contenido.  Con una prosa cuidada, un lenguaje accesible y ligero, el autor experimenta un nuevo registro en su forma de enfocar la historia, narrada en primera persona y desde tres puntos de vista distintos, que nos acercan a una percepción diferente de la realidad que viven sus protagonistas.  También supone la consolidación de un estilo bien definido, que sobre una base histórica muy documentada, no duda en utilizar el misterio y lo sobrenatural (también la acción, pero más dosificada) como señuelo para narrar una historia; una buena historia, que no es sólo la de sus protagonistas, sino una visión -dura y esperanzada- de un país, Haití, donde los hombres conviven con los espíritus.