SIDI, de Arturo Pérez-Reverte. Un relato de frontera.

«Eran hombres cuyo valor tranquilo procedía de mentes sencillas: resignados ante el azar, fatalistas sobre la vida y la muerte, obedecían de modo natural sin que la imaginación les jugara malas pasadas. Eran guerreros natos. Soldados perfectos».

Pérez-Reverte consigue, con Sidi, su última novela, un verdadero relato de frontera, como subtitula la obra. Y para hacerlo utiliza la figura legendaria de Ruy Díaz de VivarEn el Cid hay un 20-25% de verdad y un 75-80% que es leyenda«), un infazón de Castilla que, más allá de sus propios logros -que fueron muchos- llegó a ser ensalzado después como héroe nacional de la Reconquista y unificador de España, cuando en aquella época los conceptos «Reconquista» y «España» no se utilizaban, ni gozaban del sentido que hoy se les da, tamizados por el baño autárquico del imperialismo más rancio de una época pasada. Por ello ha recibido (sobre todo en twitter) una avalancha de comentarios despectivos, insultantes y fuera de lugar sobre la obra y, sobre todo, su persona, nunca exenta de polémica.

Sidi se centra en un periodo corto de la vida de Rodrigo Díaz, poco más de un año, tras caer en desgracia con el rey Alfonso VI, cuando ha sido desterrado y comienza su batallar por la frontera entre reinos. Un año y medio, entre 1081 y 1082 en el que asienta su leyenda y obtiene el sobrenombre de Sidi (Señor) con el que lo conocen los moros, por sus continuadas campañas de victoria, sin una derrota. «Sidi alQanbīṭūr» según fuentes árabes del siglo XI y XII. «Rodric o Ludriq alQambiyatur» en la forma romance (él firmaba Ruderico). «Mío Cid Campeador» en el Cantar del mío Cid.

El CID, de Antonio Hernández Palacios. Todas la imágenes no acreditadas son de este autor.

UN POCO DE HISTORIA PREVIA...

Ruy Díaz nace en Vivar (cerca de Burgos, ¿1048?), en el seno de una familia noble, los Laínez o Flaínez; aunque su padre, Diego, tuvo dos cosas en contra: ser segundón en su familia y haberse puesto del lado equivocado en un conflicto de familia real (como su hijo más tarde, junto al verdadero rey, pero cuando éste muere, caerá en desgracia), por lo que salió de la corte y se dedicó a ser capitán de frontera, obteniendo para sí las tierras que conquistase (salvo el quinto obligado del rey). Pero murió pronto. Su madre, también noble y en mejores relaciones con la familia real, consiguió que se educara en la corte como paje del príncipe Sancho.

Los dos jóvenes congeniaron desde inicios; ambos tenían los mismos gustos, sobre todo la guerra, donde destacaron. A los 16 años acompaña a Sancho en la defensa de Graus contra el rey de Aragón, Ramiro I. Graus pertenecía al rey al-Muqtadir de Zaragoza, aliado de León, al que pagaba parias para que la defendiese (en aquella época eran casi más frecuentes las reyertas entre reyes cristianos, o moros entre sí, que los enfrentamientos entre moros y cristianos). Con el tiempo, Rodrigo progresa. A los 19 años es nombrado alférez, segundo en el mando del ejército tras Sancho; sabía leer y escribir, conocía las leyes y las interpretaba, sabía calmar los ánimos destemplados de su príncipe y era un gran estratega, además de buen guerrero individual. En una disputa territorial, vence al alférez de Navarra en combate singular, lo que, junto a otras victorias le hace obtener el título de Campidoctor (Campeador = guerrero que sobresale en el campo de batalla con acciones señaladas).

Pero Fernando I muere y divide el reino entre sus hijos: Castilla para Sancho, León para Alfonso y Galicia para García, el menor; a Urraca le da la ciudad de Zamora. Sancho, el mayor, que esperaba el reino completo, arrebata Galicia a su hermano con ayuda de Alfonso y, más tarde, vence a éste en la batalla de Golpejera, en 1072 (con Rodrigo al mando del ejército). Tras siete años de guerra, Sancho II se corona rey de Castilla, León y Galicia; el reino unificado de nuevo. Alfonso se exilia en Toledo, reino de su vasallo al-Mamún. Pero en la toma de Zamora, el traidor Bellido Dolfos asesina a Sancho y Alfonso VI sube al trono. Tiene lugar entonces la jura de Santa Gadea (Burgos), un episodio no documentado (aunque aparece en diversos Cantares de Gesta y la Crónica Najerense [S.XII]), donde Rodrigo, al mando de las tropas, le hace jurar que nada tiene que ver en la muerte de su hermano. Este hecho, y el haber vencido a sus tropas en Golpejera, es el origen de la enemistad de Alfonso y Ruy, a quien desprovee del título de Armíger (el que porta sus armas) y Alférez, en favor del conde García Ordóñez. Pero no es la causa de su destierro, ni llega a perder su favor: durante unos nueve años (en la novela seis meses) sigue desempeñando cargos de confianza, se casa con Jimena, sobrina o prima del rey (con quien tuvo tres hijos, Diego, Cristina y María), y es encargado de cobrar parias a reinos andalusíes, incluso luchando en batallas de unos contra otros (en una de ellas fue hecho prisionero García Ordóñez, que lo considera una humillación). En otra ocasión entró en el reino de Toledo y al-Qadir, amigo del rey, se queja de él. Este (y las rencillas de García Ordoñez) sí fue el origen de su destierro. El primero de dos.

SIDI. LA NOVELA.

Justo en este punto inicia la novela. Poco de lo anterior recogen sus páginas, salvo en flashbacks, recuerdos etéreos que asaltan al protagonista en momentos previos a la batalla o circunstancias concretas que lo requieren. La historia se centra en los hechos tras el exilio («si vos, señor, me desterráis por un año, yo me destierro por dos». Después serían cinco).

La Cabalgada, primer cuarto de la obra, recoge aquellos primeros momentos en que Ruy Díaz, junto a unos cien seguidores, la mayoría de Vivar, e inicia su aventura mercenaria en la frontera; sin reino, sin víveres ni auxilio de nadie por orden del rey, sin señor al que servir… Consigue un contrato del burgo de Agorbe para dar caza a una aceifa morabí que recorre la amplia franja fronteriza entre los reinos asaltando granjas y ermitas por pillaje, asesinando a cuantos colonos hayan a su paso, familias dispersas de castellanos o mozárabes asentados en tierra de nadie en busca de su sustento. De ahí la similitud con el oeste americano de las películas; un western medieval.

La persecución, lenta y pesada, plagada de flashbacks retrospectivos, define el carácter de Ruy, un hombre frío y calculador, que actúa sin precipitarse, que analiza cada detalle y mantiene la calma; también la distancia con sus hombres («las leyendas sólo sobreviven vistas de lejos»), pero a los que conoce y llama a cada uno por su nombre, y ellos saben que no exige a nadue nada que él mismo no haga y es el último en abandonar la batalla. Por eso le siguen. Por eso le admiran. Exiliados, hombres de frontera que buscan su pan de la única forma que saben; que conocen la piedad pero no rechazan la crueldad de sus actos y una vida que la exige (las cabezas cortadas de los morabíes son la prueba del trabajo realizado). Hombres duros y alegres, hechos a la vida que llevan, los mejores en su oficio; desfilan ante nuestros ojos a pinceladas que se irán concretando durante el resto de la obra. Como Minaya Álvar Fáñez, segundo al mando, amigo y consejero, leal ejecutor de sus órdenes, prefiere no decidir; Galín Barbués, el alegre almogávar, fiable como explorador; Martín Antolínez, eficaz con los números, responsable de provisiones, reparto de bienes y botín; Pedro Bermúdez, su sobrino y alférez, siempre a su espalda con el banderín; Diego Ordóñez, deslenguado y brutal, un animal de la guerra… y tantos otros.

Exiliado de Castilla, con nuevos hombres que se han unido a sus huestes, doscientas lanzas, aclamado como Sidi por enemigos y amigos, Ruy Díaz busca un señor cristiano al que ofrecer sus servicios a cambio de una soldada y un techo para sus hombres. El rey de Aragón anda en conflictos con Alfonso, su señor natural pese al destierro y no se lo plantea; además, en la batalla de Graus había muerto el anterior rey y no sería bien recibido. Acude pues a Berenguer Remont II, conde de Barcelona, en pleitos con demasiados vecinos y necesitará sus fuerzas; su única exigencia, guerrear contra cualquiera menos Castilla. Pero el conde, altivo y pedante, poseedor de una espada única, la Tizona, le trata con desprecio y exige lealtad total y única, que el de Vivar rechaza. Sólo le queda la taifa de Zaragoza, cuyo rey, al-Muqtadir fue aliado de Castilla, aunque sus hombres recelan de servir a un musulmán. Su heredero, al-Mutamun, hombre sabio, educado y listo, que domina el castellano y piensa que Alfonso ha cometido un error al no mantenerlo a su lado, lo recibe con brazos abiertos, le pide doblar sus huestes y le encomienda la campaña contra al-Múndir, su hermano y gobernador de Lérida, que a la muerte de su padre se ha proclamado rey y no acata sumisión a Zaragoza, aliado con Sancho Ramírez de Aragón y el conde de Barcelona. Berenguer Remont II (aunque su figura aparezca ciertamente desdibujada y, muy posiblemente, viciada por el error) queda establecido como el villano de la historia, la némesis particular de Ruy Díaz en esta etapa de su vida, el enemigo a vencer.

Considero oportuno resaltar dos personajes musulmanes que resultan atractivos en la novela: Yúsuf al-Mu’taman, rey erudito y sabio de la taifa de Zaragoza, a cuyo servicio se pone Ruy con sus hombres, sin comprometer su lealtad a Castilla. Aquí se nos presenta como hombre educado y de modales suaves, comprensivo, cercano, defensor de la cultura y tolerancia andalusí, de costumbres civilizadas en la aplicación del Islam frente a la intransigencia divina de otras tendencias árabes o su Yihad. Pero fue ás, en realidad: el ejemplo palpable de un rey sabio. Como su padre, se rodea de una cohorte de eruditos; él mismo sabe de astrología, filosofía y matemáticas, disciplina a la que aporta, incluso, un tratado, el Kitab al-istikmal o Libro de perfección, que no sólo compendia y supera las matemáticas griegas de Euclides y Arquímedes o las amplía con aportaciones musulmanas, sino que formula él mismo un teorema de geometría elemental que no sería conocido en Europa hasta seiscientos años después, cuando lo plantea Giovanni Ceva. Hay un párrafo, al final, en el que conversa con Ruy, que marca el espíritu de la novela:

—No somos tan diferentes, ¿verdad?
No, mi señor. Creo que no lo somos.
De religión distinta, pero hijos de la misma espada y la misma tierra.

La segunda figura atractiva es la de Yaqub-al-Jatib, rais de las fuerzas musulmanas de Zaragoza que al-Mutamán pone bajo mando del Cid. Guerrero poderoso y líder de sus tropas, de clara ascendencia omeya, pues se nos presenta rubio y con ojos claros (sí, había moros así -y no pocos- en el Al-Andalus del Califato Omeya, fruto de los cruces de sangre entre distintas culturas; el propio Abderramán III, tenía tres cuartas partes de ascendencia visigoda, pelo rubio rojizo y ojos azules; se teñía la barba de oscuro para parecer más árabe). Su relación con Ruy, tensa al principio, mera obediencia de órdenes de su señor, pasa de la sorpresa al reconocimiento cuando lo conoce, alcanza la admiración personal mientras lo trata, y termina en confianza y lealtad absoluta en poco tiempo; virtudes que son recíprocas por parte del Campeador, que lo considera uno más de sus capitanes.

VALORACIÓN.

Literariamente, la novela no es ninguna maravilla, pero sí interesante -como casi todo lo que escribe Arturo Pérez-Reverte-, en especial por la figura del protagonista, tan especial para muchos, cercana a todos. Él lo desmitifica y llama por lo que es: un mercenario, que lucha por su pan y el de los suyos; la desprovee del halo casi místico que se le ha pretendido otorgar y dibuja como un hombre -un gran hombre- de frontera en tiempos duros; muy duros.

La imagen de Ruy Díaz de Vivar –Sidi Qambitur para amigos y enemigos-, resulta en la novela un muestrario claro de las cualidades de un líder: frío y distante en el análisis; cercano y cálido con los hombres antes de la batalla; arrojado en el peligro, paternal en la lucha; dialoga y admite sugerencias, pero él toma las decisiones; comprensivo, abierto a las diferencias (de cultura o religión) pero inflexible en el cumplimiento de sus órdenes… Todo un compendio de estilos de liderazgo, válido para un manual de auto-ayuda y cualquier escuela de negocios, pues recorre todas -o muchas de- sus variantes para conformar la figura de un líder nato, reconocido por todos.

Por el contrario, la presencia femenina es prácticamente inexistente. Bien es verdad que en un relato de frontera, un western medieval como éste resulta difícil, cuanto no forzado o producto de la fantasía. Pero, en ella, ni Jimena alcanza la categoría de personaje, unas líneas de diálogo, una escena que recoja su figura o personalidad; queda limitada a una estampa efímera en la memoria a las puertas de San Pedro de Cardeña, al amparo de la Iglesias junto a sus hijas. Ni tan siquiera merece del Cid un atisbo de culpabilidad tras aceptar los favores de Raxina, la hermana viuda del rey de Zaragoza, mujer instruida, espléndida, que cita versos de la poetisa cordobesa Walida al-Mustaqfi para definirse; que sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. La única mujer con personalidad propia en el relato, también con sangre nezrani en sus venas, el carácter decidido de su madre navarra. Poca justicia al magnífico cuadro de Ferrer Dalmau, La Despedida, que luce como portada.

Echo en falta un recuerdo a su hijo Diego (1), que ni aparece en la obra, como si no existiera. Es cierto que en el destierro podría no estar con su madre y hermanas; por aquella época tenía cinco o seis años, y era habitual que se educase como paje de algún noble. Pero un hijo, su heredero, debía ser importante para el hombre (se dice que, con su muerte, el Cid, ya señor de Valencia, quedó desolado)… y no merece ni un sólo recuerdo en la obra…

No soy entendido en Historia ni la figura del Cid, pero cuando leo novela histórica me gusta indagar en las fuentes, acudir a libros y revistas que traten el personaje y su entorno, que confirmen y amplíen lo tratado. Y de Ruy Díaz hay mucho escrito o indagado más allá de la leyenda. Y junto a datos documentados o posibles que confirman lo narrado, también he hallado dudas y contradicciones, fechas, que no cuadran y deben considerarse enfoque personal o licencias artísticas del autor. A la ya citada ausencia de Diego, ha de unirse el periodo que transcurre entre la muerte de Sancho II y el exilio, definido aquí en seis meses (2). Por último, la muerte de Ramón Berenguer II por su gemelo, Berenguer Remont II, que se da por ocurrida en la novela, cuando parece suceder meses después de su derrota en la batalla de Almenar (3).

Personalmente, no considero SIDI una de las mejores obras del autor; he disfrutado más otras, donde el suspense y la tensión de una trama bien llevada o varias líneas de acción me han gustado. Pero, como he dicho, me ha interesado. Incluso me gustaría una continuación, pues materia hay: si Pérez-Reverte quiere limitarse a escribir un relato de frontera, aún dispone para contar tres años de destierro y victorias, junto al polvo, sudor y hierro del poema de Manuel Machado; y muchas peripecias más, si lo desea, hasta su muerte. Pero el autor ha comentado que SIDI está concebida como obra única, sin continuidad.

Insha’Allá. Dios es grande y el tiempo lo dirá.

NOTAS:

(1) Diego Rodríguez, o Diego Ruíz. En el segundo destierro sí anduvo con su padre en la campaña de Levante. Murió joven, en la Batalla de Consuegra (1095). Desde 1997, se conmemora anualmente su recuerdo en Calahorra.

(2) La muerte de Sancho en Zamora se data en octubre de 1072. El destierro de Rodrigo a finales de 1080 o inicios de 1081.

(3) La derrota y captura de Berenguer Ramón II en Almenar tiene lugar durante el verano de 1082. En la novela se sugiere (y el propio Ruy se lo echa en cara al Conde) que estuvo implicado en el asesinato de su hermano. Sin embargo, éste no ocurre hasta el 5 de diciembre del mismo año, y la gesta donde se dilucida la acusación, que pierde, sobre el 1097 (se cree que, a raíz de ello parte a Jerusalén en la primera cruzada y allí muere).

La Despedida. Arturo Ferrer-Dalmau.