Conocidas y comentadas ya las desviaciones de la serie de TV respecto a los libros, no insistiré en este aspecto y me limitaré a seguir el curso propuesto por los showrunners Beniof y Weiss, procurando disfrutar de ambos desarrollos. Sólo añadir que G.R.R. Martin, en su blog y ante la avalancha de correos recibidos sobre el tema, se niega a criticar y responder mal a estos cambios, y se limita a decir que televisión y libros tienen criterios distintos, son realidades diferentes; y lo hace con algunas frases contundentes, que reproduzco traducidas libremente:
El espectáculo es el espectáculo, los libros son los libros; dos narraciones diferentes de una misma historia…
He hablado del efecto mariposa. Pequeños cambios conducen a cambios mayores y éstos a grandes cambios…. Y, a veces, las mariposas se convierten en dragones…
David y Dan y Bryan y HBO tratan de hacer la mejor serie de televisión posible. Yo trato de escribir las mejores novelas que puedo. Y sí, cada vez más, ambas se diferencian. Dos caminos divergentes en la oscuridad de los bosques, supongo… pero todos mantenemos la intención final de llegar al mismo lugar. Mientras tanto, esperamos que lectores y espectadores disfruten del viaje… de ambos viajes.
Y eso vamos a hacer… algo que está casi garantizado.En la Casa de Blanco y Negro, Arya continua (a marcha forzada) su aprendizaje para convertirse en Nadie y ser un Sin Rostro, a base de dolor y palos, verdades que son mentiras y mentiras verdaderas, o actos de muerte piadosa frente al dolor. Se reproducen escenas similares a los libros, como la niña enferma, aunque no su ceguera temporal, donde aprende a utilizar otros sentidos. Al final, sigue sin estar preparada para ser Nadie, pero sí otra persona (veremos si Gata de los Canales).
El viaje de Tyrion, tan diferente al que realiza en papel, concluye con su captura junto a Jorah Mormont por esclavistas (en una escena que reclama algo más de acción), no sin antes comunicar a éste la muerte de su padre, el Gran Oso, que no sucede en las novelas. Está claro que acabarán en las arenas recién abiertas de Meereen –aunque por una vía muy diferente, una trama mucho más ligera (¿que se agradece…?), y un sinnúmero menor de personajes que podrían complicar en exceso el seguimiento del espectador (que no digan que los lectores no somos agradecidos…).
Y llega Dorne, con menos presencia de la que se espera por el título del episodio, en los Jardines del Agua de los Reales Alcázares, que acogen el enamo-ramiento de Tristane y Myrcella más creciditos de lo que describe Martin; que ocultan la conspiración de Ellaria (asumiendo quizás el rol de Arianne) y las Serpientes de Arena para raptarla; y a los que llegan Jaime y Bron disfrazados, para rescatarla (en lugar de Ser Arys Oakheart, su paladín, se supone). Con tales giros introducidos en el guión (para simplificar de forma contundente toda la trama y motivaciones de unos y otros en la Casa Martell) el enfrentamiento estaba garantizado, si bien con unas escenas y coreografía de acción y lucha que no son las mejores de la serie, acabadas sin muerte ni derramamiento de sangre, ni una oreja cortada, por Areo Hotah y sus guardias. La rebelión de las Serpientes (todas ellas con menos fuerza que sus personajes originales, poco más que unas chicas malas) se ha obtenido de esta forma, ¿pero hacia dónde conduce esta trama? Algo de intriga queda al menos.
La llegada a Desembarco del Rey de Petyr Baelish ofrece dos de esos juegos de enfrentamiento dialécticos que tan bien definen al personaje; ligero con un Lancel Lannister militante, y contundente frente a Cersei, donde ambos hacen gala de sus dotes para la intrigas, y se desvelan sus ver-daderas intenciones al conducir a Sansa junto a los Bolton, y su aspiración a ser nombrado Guardián del Norte («solo vivo para servir» dice, pero nunca sabremos a quien…). Al tiempo, contemplamos la venganza de Cersei sobre los Tyrell, utilizando esa versión neonazi de Seguidores de la Fe y un Gorrión Supremo al parecer complaciente. Ni la añadida pre-sencia de Olenna, la reina de las espinas (un personaje y actriz que merecen ser incluidos en la trama, sin duda, pero que por el momento no consigue frente a Cersei la grandeza y fuerza obtenidas frente a Tywin Lannister la temporada anterior) consigue evitar el acoso sobre Margaery o la previsible condena de Loras por sodomía, vendido por Olyvar, personaje creado para tal fin, ya se ve (junto a las escenas de homosexualidad que parecían gratuitas en los primeros episodios). Lástima de cambios sobre un personaje que aquí se nos muestra militante gay empe-dernido y en los libros el mejor caballero del reino, pese a su belleza; que tras la muerte de Renly Baratheon se mantiene inactivo, ingresa en la Guardia Real y culmina su arrojo con un acto de heroísmo trágico (puede que un tanto alocado e infantil, pero no exento de gloria, ni justicia poética a la inversa), que aquí se nos hurta.
Y Sansa, en Invernalia, junto a los Bolton, en la esperanza de verla al fin eclosionar como ese personaje fuerte y contundente que se intuye y actuar contra el asesino de su hermano y su madre. De momento, discreta y dispuesta al sacrificio ante Ramsay, como diseñó Meñique. Un atisbo de dureza parece emerger frente a Myranda («Soy Sansa Stark, de Invernalia. Este es mi hogar, y no puedes asustarme»), e incluso en el desprecio a Theon, pero al final consiente ante los dioses de sus padres y se somete; manipuladora o resignada, aún no se sabe. La escena final, aunque fuerte, es menos de lo que podría esperarse del bastardo legitimado de los Bolton.