No acostumbro a escribir sobre una obra antes de su lectura o publicación, salvo que lo haga tras conocer su versión original. Pero habiendo sido desvelada su excelente portada -en orden a las anteriores de Alejandro Colucci, aunque con algo más de color en el fondo (ver aquí)-, que da imagen a la intrigante y seductora Lytta Neid, llamada Coral por el color de sus labios, una de los catorce caídos en el Monte Sodden –un personaje que Sapkowski recupera de entre las páginas de La Espada del Destino trece años después-, no he podido sustraerme a la tentación de reflexionar sobre este regreso de Geralt de Rivia, un personaje extraordinario y renovador, que había obtenido su final (algo incierto, misterioso y abierto, sin duda, pero necesario y muy por encima de lo que otros consiguen, exprimidos sin piedad), y lo que éste regreso pueda suponer para una saga excelente que todos dábamos ya por cerrada. Y a una semana escasa de la aparición en España de Estación de Tormentas rememoro lo publicado en julio tras la lectura de sus primeras 30 páginas de avance, y mis reflexiones de entonces tras investigar los comentarios de los aficionados polacos, sus más fervientes seguidores y los primeros que la disfrutaron (ver publicación aquí). Y junto a unas ganas enormes de recuperar al Wiedźmin y disfrutar su lectura de nuevo, lo que encuentro son sensaciones contradictorias:
- Miedo. Porque el personaje ha superado y trascendido a su creador. Porque su éxito (en otros medios) ha sido muy superior al de su autor con otras obras, y éste se haya visto forzado por ello a recuperarlo para mantener su estatus (y unas buenas expectativas de nuevos ingresos); y porque, al hacerlo, haya profanado su propia obra, su primera decisión. Porque este regreso suponga la repetición de hechos y aventuras previas, con personajes y situaciones distintas. Porque aquel maestro que renovó el género con sus propuestas eclécticas e innovadoras, el uso de un estilo narrativo y un lenguaje popular que rompió esquemas, considere ahora oportuno forzarlo y derivar hacia un exceso del mismo, en ocasiones soez, a juzgar por lo que vimos en el avance. Y porque la falta de su traductor inicial –Jose Mª Faraldo, quien con su trabajo y experiencia sobre el terreno polaco tanto contribuyó a su traslación al castellano-, nos haga sentir ahora algo diferente…
- Confianza. En que, al menos en las novelas, el personaje se mantega en manos de su creador, no convertido en franquicia abierta al vaivén comercial; y continúe siendo éste quien decida su futuro (o pasado, en este caso). En que, pese a lo leído en el avance publicado en castellano, se confirmen los comentarios de los seguidores polacos quienes opinaron que, si bien al principio de Estación de Tormentas parece un Sapkowski distinto, muy lejos de aquel que fue, con el paso de los capítulos cambia y vuelve a coger el tono y ritmo del personaje. Y…
- Esperanza. En que el genio de Sapkowski me haga sentir de nuevo momentos intensos y refrescantes, con las aventuras de aquel brujo novedoso de los comienzos, en El Último Deseo y La Espada del Destino. Porque, curiosamente, es ahí donde el autor ha decidido volver con Estación de Tormentas, hacia aquellos tiempos antes de La Sangre de los Elfos, previos a la gran saga de Ciri que cambió su devenir y su vida, libre hasta entonces, se viera atada por el destino. Y es que, pese a los grandes momentos que consigue en libros posteriores, su ironía y crítica, sus geniales descripciones de actualidad trasvasada a un mundo imaginado, siempre preferí al Wiedźmin de los relatos cortos al de las largas historias, más fresco e inesperado que después, en la saga. Y en eso confío y tengo puesta la esperanza.
Confío en que mis expectativas se vean cumplidas. Porque ganas de disfrutarlo no faltan, y espero su llegada casi con las mismas ganas que las siguientes obras de Martin o Rothfuss. Ojalá que mi deseo no sea el último.