Divergente. Si debo resumir este cuarto episodio a la luz de los libros con una palabra, esa sería la que mejor lo define, porque nada de lo visto en él se adapta a lo que hayamos leído, aunque en parte se intuye. La historia, sin perder interés ni ilusión, que se mantiene y acrecienta, camina por derroteros muy diferentes a los de George R.R. Martin, y asistimos a la confirmación de que, a partir de esta temporada, todo cambia, para alcanzar un final similar, y Juego de Tronos, con iguales personajes (menos) e historias parecidas, no es Canción de Hielo y Fuego… aunque se le parece. Culpa de Martin, sin duda, y su lentitud, o las necesidades dispares de dos medios diferentes. Esa es la realidad. Es lo que hay. Y sólo nos queda confiar en el bien hacer de los productores y disfrutar, que también se puede. Entre otras cosas, este episodio es el que más acción dispone hasta ahora en la temporada, y se introducen pistas, se abren tramas más allá de lo confirmado en los libros, que pueden llegar a ser ilusionantes.
Comencemos en Dorne (sin Jardines del Agua, por ahora): Jaime y Bron alcanzan el país por mar, con un breve avistamiento a Tarth, la Isla Zafiro, un guiño a Brienne, y una definición simplista de los sureños en boca del mercenario: los dornienses están locos, sólo les gusta pelear y follar… Y pelea encuentran nada más llegar, en la que Jaime da uso a su mano de oro . No sé si le servirá contra Ellaria y las Serpientes de Arena, las hijas de Oberyn, confabuladas en una venganza contra los Lannister, y la persona de Myrcella Baratheon, protegida del cauto Doran Martell. De momento al menos, unas Serpientes desdibujadas, lejos de la fuerza que tienen en las novelas, y a la sombra de una Ellaria vengativa, muy diferente a la de los libros.
En Desembarco del Rey, Cersei, regente en funciones, comienza su venganza particular contra los Tyrell: a Mace, consejero de la Moneda, lo envía a Braavos a renegociar el préstamo del Banco de Hierro, con una escolta peligrosa: Merin Trant, (incluido en la letanía de Arya). Contra Loras cree utilizar al Gorrión Supremo, al que propone un rearme de la Fe Militante, en una escandalosa simplificación de motivos, fines y medios, convertidos aquí en un grupo de fanáticos facistoides contra la depravación, entendiendo como tal toda fe distinta a los Siete Dioses, la bebida, la prostitución y la homosexualidad. Y Margaery, que observa la absoluta impotencia de Tommen, decide recurrir a su abuela, la Reina de las Espinas.
Es en el Muro donde los cambios chirrían menos, quizás porque no constituyen desviaciones reales de la trama (que las ha habido, muertos que no corresponden sin ir más lejos, o recortes), sino ampliaciones que ahondan en el argumento. Como esa creciente admiración de Stannis por Jon, quizás el hijo que no tuvo y hubiese querido, o el amor seco y distante que profesa a Selysse pese a la psoriagrís; la conversa-ción entre ambos resulta emotiva y de-muestra un desconocido aspecto humano en el rey, toda una sorpresa. Como lo es la atracción de Melissandre por Jon (¿o es interés?), a quien intenta seducir sin lograrlo, porque él aún recuerda a Ygritte. «Los muertos no necesitan amantes» le dice. «Lo sé» -responde Jon-. «Pero aún la amo». Y es aquí donde aparece el aspecto más intrigante y sugestivo de la nueva trama, cuando en la puerta, una sacerdotisa en retirada contesta: «No sabes nada, Jon Nieve…». Genial.
Y en esa trama abierta, distinta y ya desbocada, que sitúa a Sansa en Invernalia dispuesta a seguir a Meñique y sus manipulaciones e intrigas frente a los Bolton, en una escena con ambos en el mausoleo subterráno de los Stark, ante la estatua de Lyanna, Petyr Baelish recupera ahora la historia de aquel torneo en Harrenhall que inició el Juego de Tronos, cuando Raeghar Targaryen vence a Barrystan Selmy y ofrece la corona de rosas invernales de su triunfo, azules como la escarcha, no a su esposa, Elia Martell, sino a Lyanna Stark… «Sí, la eligió» -dice Sansa- «pero después la raptó y violó». El silencio, y la media sonrisa que surge en el rostro de Baelish, es más sugerente que muchas palabras… ¿De verdad va a ser él quien conozca y desvele el gran secreto de Lyanna y Ned Stark? ¿Cómo puede saberlo, al tiempo que ignorar la brutalidad de Ramsay Bolton, en cuyas manos deja a su pupila, confiando en que la salve un ataque de Stannis a Invernalia? ¿O es que la conoce tan bien, el cambio que ella ha experimentado a su lado, que confía ciego en sus artimañas…? Sugerente trama también la del futuro de Sansa.
En el necesario interludio de Tyrion -que se acerca bastante a los libros-, el perso-naje demuestra por qué es el más carismático de cuantos componen el elenco de la serie y, lejos ya del derrotismo y la culpa anegados en vino de capítulos previos, derrocha ingenio frente a Jorah Momont, y descubre quien es, qué ha hecho, y sus pretensiones, con la simple visión de sus pertenencias. Tan acertado es su juicio, que el caballero mercenario le hace callar de un golpe.
Y en el tramo final del capítulo, en Meereen, poesía y tragedia se mezclan en una larga secuencia donde Barristan glosa a Danaerys las excelencias de su hermano Rhaegar en contraposición a su padre, el Rey Loco: caballero, poeta, cantor, enamorado y risueño… nada que ver con esa imagen de violador e impulsor de una guerra que propagaron después los vencedores. Selmy lo sabe bien, pues le acompañó en ocasiones, como amigo (en los libros sería más bien Arthur Dayne, la Espada del Amanecer), y con ese espíritu alegre sale a pasear por las calles. Pero los Hijos de la Arpía inician una jornada de terror y asaltan y asesinan en grupo en las callejas a libertos e Inmaculados. Gusano Gris y sus hombres caen en una celada y son masacrados, hasta que aparece el perfecto caballero, el gran luchador, al que vemos al fin en acción, haciendo lo que mejor sabe, lo que mejor hizo… pero son demasiados.
La televisión y los libros poseen sus propios recursos, medios diferentes y caminos separados; y lo que en unos funciona en otro requiere más, puntos álgidos que mantengan en vilo las audiencias, momentos de tensión, impulsos… y los personajes cambian. También las historias. Y en este episodio se han soltado numerosas pistas sobre un final o situación que, sin indicarse en los libros, muchos sospechamos y hemos intuido, deseado, entre líneas.
Y, pese a los cambios, la ilusión permanece.