Conan y El Pueblo del Círculo Negro, la nueva adaptación al cómic de la novela homónima de Robert E. Howard, fue concebida en Dark Horse como un volumen fuera de colección, realizado por autores diferentes a los de la serie regular; como hizo en su día con Las Joyas de Gwahlur, de Phillip Craig Russell (otra pequeña maravilla ilustrada, con una visión de Conan muy diferente). En este caso, el encargo de adaptar la obra ha recaido en Fred Van Lente (quien se convertirá en marzo en el guionista oficial de la serie, tras el arco argumental de Conan el Bárbaro, que recrea su época junto a Bêlit y los corsarios negros); Ariel Olivetti se hace cargo del dibujo, impresionante, incluido también el color.
El Pueblo del Círculo Negro es uno de los relatos (prácticamente una novela corta) más atractivos y recordados del autor tejano, no sólo por la esencia angustiosa de terror lovecraftiano y brujería que rodea a los Videntes Negros de Yimsa, que pervive en la memoria de todos a través de los años (quién no recuerda esa escena magistral en que uno de ellos extrae el corazón palpitante de Kherim Shah de su caja torácica, que estalla con un simple gesto y vuela hasta su mano, utilizada literalmente en Indiana Jones y el templo maldito; o la flecha que se convierte en áspid venenoso cuando hiere a Valeria en el film de John Milius); sino por ese final magnífico en que la Devi Yasmina rechaza un papel de secundaria y mujer temerosa que le correspondía hasta el momento, y asume orgullosa su rol regio de gobernante para dar una réplica descarada y altiva, al tiempo que agradecida, al cimmerio. Como ya apuntara Fred Blosser (1), Yasmina puede no ser una de las mujeres guerrera de Conan en sentido estricto, pero su actitud y respuesta desafiante le otorgan, sin duda, esa consideración y mérito.
En esta historia, Howard traslada a la Era Hiboria uno de sus escenarios más queridos y conocidos: el exotismo de Pakistán antes de su independencia, la India y Afganistán, con sus luchas internas e intentos de dominio imperialista por las potencias, que ya utilizara como marco de las aventuras de otros personajes carismáticos, Kirby O’Donnell, yFrancis Xavier Gordon, «El Borak»; aquí se transforman en Vhendia y Afgulistán, con Turán como potencia expansionista. Y al exotismo de aquellas aventuras e intrigas rodeadas de sectas y dagas curvadas por entre callejas sombrías o pasos de montañas, en El Pueblo del Círculo Negro se unen las artes oscuras y la magia de los videntes y acólitos para conformar una fantástica historia de Espada y Brujería en la que Conan termina envuelto.
El cimmerio es ahora jefe de guerra de las tribus de montañeses afghulis, unificadas bajo su mando, que atacan y saquean con éxito caravanas y ciudades en Vendhia y puestos fronterizos de Turán. Tiene algo más de treinta años, lo que supone un salto de casi diez respecto a los episodios narrados en la serie regular, y quedan pendientes de narrar historias intermedias de REH como Un hocico en la oscuridad, La Sombra deslizante (Xuthal del Anochecer), Nacerá una bruja y El demonio de Hierro, en este orden, según la moderna cronología de Dale Rippke. Pero Fred Van Lente eligió ésta de entre las cuatro que Dark Horse le ofreció adaptar, por ser una de las mejores y más significativas del cimmerio, y contener el personaje femenino más interesante. Y según manifiesta en una entrevista a Newsarama, confecciona una adaptación fiel de la historia de Howard, en la que mantiene un 98% de los diálogos originales, con pocos cambios en la dramatización de su narrativa. Es verdad, aunque en mi opinión, no alcanza el mimetismo casi idéntico que reflejaba Roy Thomas en sus adaptaciones. Van Lente confiesa no haber tenido en cuenta aquella primera versión, para no verse influenciado y partir de cero desde el relato original. El resultado es un cómic diferente, mucho más visual que descriptivo, sin apoyo de aquellos textos profusos que engrandecían la narración. En este sentido, cada uno tendrá sus propias preferencias…
En el aspecto gráfico, no podremos encontrar dos versiones más diferentes de una misma historia; frente a la oscuridad y grandes manchas de tinta utilizadas por el tamdem Buscema/Alcalá en la versión Marvel, ese sombreado artesano cercano al grabado y de regusto pulp tan característico del artista filipino, Ariel Olivetti realiza una interpretación visual más moderna de la obra, acorde a los tiempos que corren; en ella prevalece un colorido impactante, alegre, claro (¿con exceso de blanco, tal vez?), aplicado directamente sobre el dibujo a lápiz, sin tintas, así como la foto-composición, el collage, y arreglos digitales bajo photoshop. El resultado impresiona sin duda; impacta en el lector y consigue una obra muy diferente a la anterior, fruto de tiempos distintos. No quisiera entrar en comparaciones de conjunto, sobre cuál de las dos versiones es mejor; me parece injusto enfrentar concepciones tan desiguales. Mejor me quedo con ambas y, puesto que sobre gustos no hay nada escrito, que cada uno elija.
Eso sí, crítica sobre aspectos concretos o reflexiones, sí haré. Por ejemplo, sigo pensando que el uso de técnicas digitales en el dibujo, frente a una espectacularidad en el colorido y la foto-composición, en ocasiones confiere un rictus innatural a los rostros que no consigue reflejar bien las expresiones; también aquí sucede. Y me ocurre como en las películas: la aplicación del CGI contribuye a engrandecer la historia; pero una obra digital al completo, incluido los personajes, resulta extraña. No sé dónde acabará el cómic, cuya base es el dibujo (a mano): el uso de técnicas digitales como ayuda lo engrandece, pero a veces tengo la sensación de estar «leyendo» un vídeo-juego…
Por otro lado, aceptando sus muchos aciertos en el resultado global, no termina de convencerme la imagen que Olivetti confecciona de Conan, por muy especta-cular que resulte su figura: ese aspecto tan rudo, «acatetado», siempre huraño, hipertrofiado y poco flexible; la expresión de bruto zopenco que a veces refleja su rostro, sin un brillo de inteligencia en la mirada, no corresponde a mi entender a alguien capaz de alcanzar sus logros (y no en el sentido físico): estrategia en la batalla o sus decisiones, líder de hombres donde quiera que vaya, vencedor sobre magos y sabios (que serían los «listos» de la época)… Reflexión: ¡cuánto mal le ha hecho el cine a la figura del cimmerio!: ese rostro hierático de Schwarzenegger, o aquella frase sobre el sentido de la vida: «aplastar enemigos, verles destrozados, oír el lamento de sus mujeres»… (para recordar, aquí).
En cuanto a la narración gráfica, encuentro alguna discontinuidad y saltos poco naturales en alguna escena y páginas, que no sé si corresponden al guión o su interpretación. El cómic es un arte secuencial, donde no todo consiste en presentar dibujos y fondos espectaculares de colorido llamativo, con enfoques fijos y algún que otro desplazamiento de cámara; la intensidad, la tensión narrativa (sobre todo en escenas de acción) se consigue gracias a cambios continuos de planos y enfoques enfrentados, diferente; y en ese aspecto, aunque los usa, Olivetti debe continuar aprendiendo. Aún recuerdo (y he revisitado) aquellos picados y contrapicados profundos en las montañas himelias; o ese tórax estallando, el corazón saliente, la intensa sensación de movimiento que se nos ofrece en tan sólo dos viñetas en la versión de Marvel; pero claro, hablamos de Buscema, the Big John…
El corazón de Karim Shah, en ambas versiones.
Pese a lo dicho, que nadie se llame a engaño: Conan y El Pueblo del Círculo Negro, de Van Lente y Olivetti, con sus defectos y aciertos, resulta una obra atractiva, que me ha gustado ver; una visión gráfica diferente y no poco espectacular del cimmerio y la obra de Robert E. Howard, adaptada a los tiempos que corren. No faltará en mi biblioteca -y la recomiendo en la vuestra- cuando, dentro de algunos meses, se publique en España.
- Conan’s Women Warriors: Salome, Yasmina, Bêlit, Red Sonya of Rogatine, en Savage Sword of Conan #1, (1974)