Pocos, a estas alturas, desconocen que Robert E. Howard fue uno de los precursores (y quien asienta el prototipo) de la mujer guerrera como protagonista en la literatura fantástica (considerando como tal a la que, sin perder su esencia, se presenta en plano de igualdad con el hombre protagonista y destaca como éste -cuando no lo supera- en destreza con las armas, bebida, juramentos, o libertad para conducirse a su antojo cuando lo desea). Basó este prototipo de luchadoras en las guerreras de las tribus norteñas de la antigüedad, que tan bien conocía y amaba, muy diferentes de las doncellas que aparecían en los pulps de la época, para quienes se reservaba el papel de princesas, villanas, concubinas, prostitutas o brujas, nunca el de protagonista o camarada igual al héroe… Hasta entonces.
Es cierto que también él utilizó esos roles en sus historias, movido principalmente por necesidades económicas, la demanda del público o el gusto de los editores, que no dudaban -también hoy- en utilizaban el cuerpo desnudo de la mujer en las portadas (e interior) de sus revistas para incrementar las ventas (y Margareth Brundage, una mujer, autora de la mayoría de ilustraciones de Weird Tales entre 1933 y 1938, fue un buen ejemplo). Pero no es menos cierto que, a veces, el papel de sus personajes femeninos sólo recogía el que históricamente ejercían las mujeres en un mundo salvaje y violento, dominado por los varones, como los que él describía. Con el tiempo -consolidado ya como escritor-, se alejaría del tópico.
«La tortura de una mujer desnuda e indefensa… especialmente cuando se trata de un miembro del sexo femenino de formas voluptuosas… parece excitar un cierto placer en algunas personas, las cuales, por el contrario, muestran su desagrado ante una sana carnicería en el calor y la furia de un campo de batalla. Lo primero me parece mucho más deleznable que hacer trizas a unos hombres armados… o la matanza de prisioneros en la locura de un combate»
Carta de R.E.HOWARD a HP.LOVECRAFT (1)
Es en su serie más conocida, Conan el cimmerio, cuya publicación se inicia en 1932, donde introduce por primera vez personajes femeninos protagonistas a su altura, entre las que destacan por méritos propios Bêlit, «La reina de la Costa Negra», en el relato del igual nombre (mayo de 1934), y Valeria de la Hermandad Roja, en «Clavos rojos» (publicado en octubre de 1936, unos meses después de su muerte). Otras mujeres se acercan al prototipo de mujer liberada, independiente y poderosa. Fred Blosser, el genial analista del mundo hiborio en «La Espada Salvaje de Conan» (que volveremos a leer en las páginas del ómnibus #1, en breve) incluye también a la Devi Yasmina de Vendhya, de «El pueblo del Círculo Negro», cuya despedida descarada y orgullosa le hace elevar posiciones tras su debilidad anterior; pero, estrictamente, no se puede considerar una guerrera pues, dada su posición superior, no se encuentra en igualdad con el cimmerio. Tampoco Red Sonja, de Hyrkania, que es la traslación a la era hiboria en los cómics de otro personaje de Howard, que también veremos.
Bêlit fue el primer y único amor verdadero del cimmerio; la conoce siendo aún muy joven y queda impresionado por su fuerte personalidad. Salvaje y despiadada, cruel con sus enemigos, muestra una feroz atracción hacia el bárbaro, a quien entrega una pasión sensual, hasta la lujuria más desenfrenada. Líder de un grupo de bucaneros negros a bordo del Tigresa, no duda ella misma en empuñar la espada para asaltar cuantos barcos hiborios encuentra a su paso y masacrar a sus tripulantes, sobre todo estigios, a quienes odia. Conan no duda en acompañarla y seguir los designios de una mujer, como lugarteniente a sus órdenes. Su regreso tras la muerte para defender a su amado en peligro, repesenta uno de los episodios más emotivos de Howard.
Valeria, una aventurera de la Hermandad Libre del Vilayet, es otra pirata de la que Conan quedará prendado, hasta el punto de desertar y seguirla cuando ella abandona la Hermandad. Hábil espadachina como pocos hombres, no duda en cruzar su arma con el bárbaro para defender su independencia y libertad. Tras un episodio con un dragón, vivirán juntos, como compañeros, una sangrienta aventura en la ciudad perdida de Xucholt, en un enfrentamiento de dos tribus hermanas que conllevará su extinción mutua.
Tanto H.S. De Lay en Weird Tales, como más tarde Barry Windsord-Smith en los cómics, siguieron con fidelidad en sus ilustraciones la imagen de la mujer, como la describe Robert E. Howard.
DARK AGNÈS DE CHASTILLON
Agnès de Chastillon, Agnès de La Fère, o Agnès «la negra» como también se la conoce, es el mejor prototipo de espadachina o mujer guerrera, liberada y protofeminista a la fuerza. Sus relatos, escritos en algún momento entre 1932 y 1934, debido a su muerte prematura, no verían la luz hasta 1971 (aunque Catherine L. Moore -a quien se lo envió tras publicar el primer relato de Jirel de Joiry– se mostró entusiasmada con el personaje).
En «La Espadachina» («Sword Woman»), el primero de los relatos, Agnès es la hija pequeña de un bastardo que el duque de Chastillon, en Normandía, tuvo con una campesina, y que mantiene su nombre; antiguo soldado de muchas campañas junto a los Compañeros Francos, trata a las mujeres con el mismo desprecio que lo hacía cuando saqueaba, mataba y las violaba tras la batalla. Ha concertado su matrimonio con François, un petimetre de la región, que Agnés define como
«un buen cerdo, un puerco de grasa rancia, que no piensa más que en atiborrarse, hincharse, emborracharse y correr detrás de las faldas».
ROBERT E. HOWARD. «LA ESPADACHINA» (2).
Justo antes de su boda recibe la visita de Isabel, su hermana, sólo unos años mayor, casada y con un hijo, que termina por confesarle:
«…La vida es algo difícil para una mujer. Tu cuerpo esbelto y ligero se arrugará y encorvará como el mío, será arrasado por los sucesivos embarazos; tus manos se deformarán… tu mente se convertirá en algo turbio y melancólico… con tanto trabajo, tantas penas… y el rostro de un hombre al que odias siempre al alcance de tu vista (…) Mírame, ¿Te gustaría verte como me ves a mí?»
Y le entrega una daga de hoja afilada, para que se quite la vida con ella.
ROBERT E. HOWARD. «La espadachina» (2).
- (Creo oportuno incluir estos párrafos porque nos muestran sin ambages, con sus propias palabras, el pensamiento real del autor tejano, acusado, a veces, de machismo).
Tras ello, mientras su padre la arrastra al altar y observa los rostros y cuerpos envejecidos de su madre y hermana, considera seguir su consejo. Pero cuando el cerdo de François se pone a su lado «sonriendo como un mono sin cerebro», Agnés cambia de opinión e incrusta la daga en su corazón. Después, con el vestido de boda, huye de su casa y se interna en el bosque, evitando el dardo que su padre le dispara con una ballesta.
Y es sólo el principio. Un comienzo de folletín, que se irá confirmando conforme avanza, hasta quedar transformado en una auténtica aventura intensa de capa y espada con toques históricos, cuya acción transcurre en Francia, en el primer cuarto del siglo XVI. Entre sus páginas se encuentran numerosos guiños o referencias a personajes de la época, desde el emperador Carlos (I de España y V de Alemania) a Lautrec en Milán (es de suponer que Odet de Cominges, hermano de Françoise de Foix, quien sí aparece en el siguiente episodio, y nos lleva a relacionar al villano D’Alençon con Charles IV de Valois y cuñado de Francisco I, cuyo reinado se inicia en 1515).
En el bosque, Agnès se encuentra con Étienne Villiers, un aventurero de pasado noble, vividor y aprove-chado, de excelentes modales y propósitos oscuros, que queda deslumbrado ante su porte; la acoge, viste como un hombre y le ayuda a escapar. Pero la intención de Villiers es venderla en un prostíbulo. Como está perseguido por los hombres de D’Alençon (es el único que conoce su traición a Francia con Carlos, el emperador) lo hace a través de Thibaud, uno de sus compinches. Cuando Agnés descubre la transacción, hunde su daga en el corazón de Thibaud y deja maltrecho a Étienne (a última hora se arrepiente, porque le salvó la vida). Pero comete el error de llamarle por su nombre y el posadero lo vende a D’Aleçon. Sintiéndose responsable, carga con él hacia la taberna de un amigo.
Allí encuentra a Guiscard de Clisson, jefe de los mercenarios y los Compañeros Francos, que busca hombres para enrolar en sus filas, en la campaña para evitar que el emperador eche a Lautrec de Milán. Ella se ofrece, pero la rechaza por no ser un hombre. Y tiene lugar uno de los mejores alegatos que Howard pone en sus labios:
«¡Siempre el hombre en un mundo de hombres! Una mujer debe saber cuál es su puesto. (…) ¡Mujeres: vacas, esclavas! Siervas temerosas que gimen y se arrastran, que inclinan la espalda bajo los golpes y se vengan…matándose con sus propias manos, como mi hermana me proponía. ¡Ja! ¿Me niegas un sitio entre tus hombres? Por Dios, viviré como quiera y moriré como el Señor lo desee, pero si no soy digna de ser camarada de un hombre, menos lo soy de ser su amante. Así que ¡vete al infierno Guiscard de Glisson, y que el diablo te arranque el corazón!».
ROBERT E. HOWARD. «LA ESPADACHINA» (2).
Leídas hoy, estas palabras suenan a habituales, incluso ya vistas (a mí me recuerdan, salvando las diferencias, a las que pronuncia Scarlett O’Hara en «Lo que el viento se llevó«). Pero recordad que están escritas sobre 1932, cuatro años antes que la novela de Margaret Mitchell y siete antes de la afamada película.
Inmediatamente después, sube a visitar a Étienne, quien se disculpa ante ella por sus actos. Pero cinco antiguos compinches hacen su aparición en busca de venganza por la muerte de Thibaud, de la que acusan al hombre, incapaces de creer que haya sido Agnès. Y es cuando ella manifiesta su capacidad innata: esgrime la espada de Villiers y se deshace uno a uno de los cinco, que mueren sin dar crédito a cuanto contemplan. No así Étienne Villiers, que siente cómo crece su admiración por ella. Ni Guiscard de Clisson que, ahora sí, la enrola en sus filas.
«—Como compañera de armas -le respondí-. No soy amante de nadie.
—De nadie, salvo de la muerte -replicó, mirando los cadáveres».
ROBERT E. HOWARD. «LA ESPADACHINA» (2).
La historia no acaba ahí (ya os dije que es intensa). Tras semanas de entrenamiento en la esgrima y ya equipada como uno de los Compañeros Francos, parte con de Clissson hacia Italia, donde les esperan el resto de sus tropas. Nunca llegarán. Por el camino, les esperan los secuaces de D’Alençon, al mando del capitán De Valence, quienes confunden a Giscard con Étienne y lo matan de un balazo. Después persiguen y acorralan a Agnés en un acantilado, de donde escapa, finalmente, con ayuda de un canalla arrepentido.
En «Espadas por Francia»,(«Blades for France»), segundo episodio del personaje y continuación del anterior, Agnés de La Fère cabalga sola por los caminos. Ha quedado con Étienne (a quien ahora llama amigo) para huir juntos a Italia, lejos de los hombres de De Valence que les persiguen: a Villiers, por cuenta de D’Alençon como sabemos; a ella por ser la única testigo que puede relacionarlo con el asesinato de Guiscard de Clisson.
Cuando un rufián malcarado se cruza con ella y la molesta, critica su forma de vestir como un hombre y requiere sus caricias a la fuerza («¿tendré que matar a la mitad de los hombre de Francia para que aprendan lo que es el respeto?»), se ve obligada a cruzar su espada con él y cumple lo prometido. Después, cambia su capa escarlata raída por la del hombre, negra, de calidad y con un brocado dorado que la adorna, y guarda el antifaz negro que encuentra en ella.
Este hecho la introduce en un complot interna-cional al más puro estilo de Alejandro Dumas en Los Tres Mosqueteros«, cambiando su época, detalles y ambientación histórica. Así, aparecen como personajes, Françoise de Foix, amante oficial del rey Francisco I; Charles, duque de Borbón (que puede ser tanto Charles de Montpensier, III de Borbón, que terminó enemistado con el rey y cambiando de bando en 1521, como Charles IV de Vendôme, par del reino y su ferviente partidario, duque de Borbón desde 1527; aunque es más posible el primero, por su enfrentamiento de herencia con Louise de Saboya, madre del rey y regente ella misma, conflicto que se cita en el texto). Y, a modo de Cardenal Richelieu, Thomas Wosley, cardenal también y Lord Canciller del Reino de Inglaterra, carismático, inteligente y tan dado a la intriga como aquel. Con todo, el folletín está dispuesto; y en él no podía faltar nuestro conocido Renault de Valence, uno de los enmascarados, y enemigo declarado de Agnès y Étienne, al servicio de D’Alençon y Louise.
«La Amante de la Muerte« («Mistress of Death«), último de los relatos dedicados a Agnès la Negra, quedó incompleto a la muerte de R. E. Howard. Fue acabado por Gerald W. Page (en WItchcraft and Sorcery, enero-febrero 1971) gracias a un resumen que el tejano dejó de su argumento. Es la única aventura que incluye elementos sobrenaturales y magia, frente a la propensión de Howard de utilizar un mayor componente histórico, como hemos visto. La acción se traslada a Bretaña, en un momento indeterminado a partir de 1522 (la única referencia disponibles es el personaje de Françoise de Bretaña, que se cita como amante del duque de Orléans. Charles de Valois, hijo de Francisco I, lo fue de 1522 a 1546).
La historia sucede en Chartres. Comienza con Agnés envuelta en una reyerta callejera con tres enmascarados que la atacan, y John Stuart, un escocés exiliado, le ayuda. Junto a los cadáveres de los rufianes encuentran el del nigromante italiano Costranno, ajusticiado en la horca por envenenar al hijo del duque de Tours, que fue desenmascarado por Françoise de Bretagne. El mago resucita (por medio de una joya que, como bien indica Javier Martin Lalanda (3), recuerda al Corazón de Ahriman y Xaltotum en «La Hora del Dragón», novela del ciclo Conan) y busca venganza sobre Françoise, a la que salvan los dos espadachines, que continuarán juntos hacia nuevas aventuras.
Es muy posible que Dark Agnès naciera de la mente prolífica de Robert E. Howard con la intención de crear un personaje femenino fuerte y liberado de prejuicios. Hay quien dice que está inspirado en su novia, Novaline Pryce. Pero ¿no existían mujeres que pudieran servir de estímulo a su imaginación? Aparte de las ya referidas en el primer punto de esta extensa reseña (aquí), es factible que Howard, lector voraz de cuantos textos de aventuras e historia caían en sus manos, tuviese acceso a la obra de Théophile Gautier «Mademoiselle de Maupin», publicada en 1835, donde novelaba la vida de Julie d’Aubigny, «La Maupin» (1673-1707), famosa cantante de ópera y espadachina excepcional, cuya vida tumultuosa fue acogida bajo el prisma romántico del «todo por amor», tanto como chismes e historias dio origen en su época:
Julie d’Aubigny, hija única de Gaston d’Aubigny, secretario del conde de Armagnac, adjunto al rey Luis XIV de Francia, se educa en la corte, donde aprende a bailar, leer, dibujar y la práctica de esgrima, vestida como un niño desde temprana edad. En 1687, con 14 años, el conde comienza a violarla, y la casa con Sieur de Maupin (de ahí su apelativo), que envía a su marido al sur, pero a ella la mantiene a su lado, para sus propios fines.
Por esa época se lía con su maestro de esgrima, Sérannes, pero un conflicto con la policía, por un duelo ilegal, hace que ambos huyan a Marsella. Por el camino, se ganan la vida dando exhibiciones de esgrima y actuando en espectáculos improvisados, La Maupin vestida de hombre, pero sin ocultar su sexo. En Marsella se une a la compañía de ópera. Aburrida de Sérannes, se hace amante de una joven. Cuando sus padres la encierran en un convento, ella la sigue como postulante. Para huir juntas, roba el cuerpo de una monja muerta, que sitúa en la cama de su amante y prende fuego a la habitación. Tres meses después, la chica vuelve con sus padres. Ella es juzgada en ausencia, como un hombre, y sentenciada a la hoguera (muerte por fuego).
La Maupin, en París,vuelve a ganarse la vida cantando. Conoce a un viejo actor, que la enseña y con quien se lía, pero al que abandona por alcohólico. Insultada por un joven por su atuendo de hombre, le reta a un duelo de espadas, en el que le atraviesa el hombro. Después se interesa por él y descubre que es el hijo del duque de Luynes; se disculpa y se hacen amantes, hasta que él debe reintegrarse a su unidad. Ella continúa hasta Rouen, donde se une a otro cantante famoso y, juntos, pretenden unirse a la Ópera de París. Contacta con el conde de Armagnac para que interceda ante el rey, revoque su condena y le permita actuar en la Ópera; y lo consigue.
En 1690 es contratada. Allí comienza su ascenso y éxito de público, debido a su hermosa voz, habilidad para actuar y su atuendo andrógino. Llegó a ser calificada como «la voz más bella del mundo». Pero no cesan sus amoríos con personas de ambos sexos o su tempestuosa relación otros sus compañeros. Se recuerda una vez que besó a otra cantante en un baile de sociedad y tres caballeros la retaron a un duelo. Les derrotó a los tres.
Retomó su relación con su amigo d’Albert de Luynes, y ambos mantienen más de un enfrentamiento con la ley, debido a duelos. Triunfa en diversas óperas del país y en la corte. En los últimos años de su vida mantiene una relación con la Marquesa de Florensac, cuya muerte la deja desconsolada.
Se retiró a un convento en Provenza, donde se cree que murió en 1707. Tenía 33 años; una vida intensa, sin duda. Como se ve, a veces, la realidad supera a la ficción.
SONYA «LA ROJA», DE ROGATINO
En «La Sombra del Buitre«, relato de ficción histórica que transcurre en 1529, durante el asedio otomano a Viena, capital del archiducado de Austria (y publicado en la revista The Magic Carpet, en enero de 1934), REH presenta a Sonya de Rogatino, apodada «la Roja» por el color de sus cabellos, como contrapunto femenino al caballero germano de la Orden de Malta (Orden militar de San Juan) Gottfried von Kalmbach, un aventurero vividor, desencantado y algo borrachín, que ahoga sus penas en cerveza (buena gente, sin duda). Sonya forma parte de la defensa de la ciudad frente al cerco que mantienen los turcos, donde mantiene fama de luchadora implacable y arriesgada, que odia a los otomanos por un asunto familiar (su hermana Roxelana es la Walad de Saladino -su odalisca favorita-, y ella no le perdona ese sometimiento).
La historia, cuya primera parte la protagoniza von Kalmbach en solitario, en tierra santa, está repleta de acción y datos históricos reales, con un final sorprendente que muchos conocéis, pues la historia fue adaptada por Roy Thomas y Barry Smith -en un episodio que mantuvo el título del relato, pero reemplazando el nombre de Sonya por el «más hiborio» de Sonja– en el nº 23 de la serie de cómics Marvel Conan el bárbaro (febrero de 1973). El número tuvo tal éxito de público y crítica que el personaje se convirtió en el complemento perfecto del cimmerio y obtuvo serie propia (que se mantiene hoy día), con el sugerente pero ridículo bikini de mallas, inútil para la batalla, que diseñó Esteban Maroto.
Si a alguno está interesado ahondar en el personaje y la historia original, le sugiero revisar el artículo que publiqué al respecto en 2012 (SONIA LA ROJA. Ficción e Historia real en R.E.Howard).
HELEN TAVREL
Es la tercera y última espadachina de la gran selección que realiza Paco Arellano en la edición que citamos abajo. Sólo aparece en un relato de Howard, «La Isla de la Condenación de los Piratas» («The Isle of Pirate’s Doom»), publicado cuarenta años después de su muerte, en 1976, en una selección del editor Donald M. Grant, junto a otros de sus relatos de piratas.
La historia está contada desde el punto de vista de Steven Harmer, segundo a bordo y único superviviente de La Condesa Azul, navío de Virginia que ardió por completo, y ahora náufrago en una isla. Oculto entre la vegetación ve que se acerca un barco con mala pinta y desembarcan una chalupa con ocho hombres que se dirigen a la orilla. Tras una discusión, al llegar a tierra, un joven corre hacia los árboles y los otros le persiguen. Más tarde, entre la espesura, descubre el cadáver de un pirata y toma sus armas, pero el joven aparece a su espalda, con su larga levita y un tricornio. Pero no es un hombre, sino una hermosa joven que le apunta con su espada. No puede ser otra que Helen Tavrel, la única pirata que actúa por entonces en el Caribe, una mujer temeraria y cruel, que ha cambiado las faldas por los pantalones, cuyos labios no han podido besar ningún hombre.
Ella se muestra como la describen, dura e insensible ante la muerte del pirata, irónica e hiriente frente a los comentarios de Steve, pero explica que nada tiene que ver con los bucaneros, quienes la persiguen por haber marcado la cara del capitán, tras hacerle ir con ellos a la isla, con no claras intenciones. Juntos se esconden y van eliminando piratas, que buscan un templo, oculto en la isla, de una civilización antigua, anterior a los indígenas que masacraron los españoles (siempre la leyenda negra…), que contiene un fabuloso tesoro escondido. Conforme intiman, Helen (que sólo tiene 20 años pese a su trayectoria) deja caer la máscara tras la que se oculta y se muestra cercana; incluso sensible, y llora cuando Harmer la acusa con crueldad. Le explica que fue cuidada por Roger O’Farrel, un pirata de familia noble que la rescató y cuidó de niña, y quien la educó a su estilo, rodeada de crueldad, pero un hombre al que admira por su nobleza.
La historia es la aventura típica de piratas, con el añadido del templo misterioso, una civilización extinguida y la promesa de un antiguo tesoro, en un paisaje idílico junto a pantanos sombríos, serpientes venenosas y la amenaza siempre presente de los temibles bucaneros, que da origen al acercamiento de los protagonistas. Pero, aunque describe someramente bien a los personajes, no es una de las mejores de Howard. Incluso, y pese a que defiende la libertad de la mujer frente a los hombre, o la respuesta final de Helen a Steven, que no cae rendida ante su propuesta («soy demasiado joven para casarme y tengo que recorrer el mundo como siempre he deseado. No olvides que sigo siendo Helen Tavrel»), en varias ocasiones desliza, en boca de él, opiniones de claro tinte machista (que no necesariamente han de ser las suyas como autor, aunque sí es acorde a la época) .
Fueron muchas las mujeres piratas a lo largo de la historia que pudieron inspirar la figura de Helen Tavrel a Robert E. Howard; pero, sin duda, Anne Bonny, junto a Mary Read, fueron las más conocidas. No se conocen demasiados datos de su biografía, salvo lo recogido en la «Historia general de los piratas», del capitán Charles Johnson, contemporáneo, en 1724.
Tras una tumultuosa vida anterior, llena de aventuras y violencia, Anne Bonny navegó en el «Revenge» con el pirata Jack Rackman, «Calico Jack», de quien era pareja, y participaba en los combates de forma activa, muy efectiva en la lucha y respetada por sus compañeros, que la consideraban uno más de ellos. Cuando capturan un mercante holandés encuentran a Mary Read, que se había alistado como mercenaria, también disfrazada de hombre. Hay quien comentan que las dos mujeres iniciaron una relación de pareja (incluso el movimiento gay las reivindicó en los años ’70), pero no hay constancia de ello, sino que las dos tenían su hombre. Cuando el barco de Rackman es capturado (ellas fueron las últimas en rendirse y ofrecer resistencia, pues toda la tripulación estaba borracha), son juzgadas y condenadas por piratería, pero no ahorcadas, debido a su embarazo. Se dice que las últimas palabras de Anne Bonny a Rackman fueron: «Si hubieses luchado como un hombre, no serías ahorcado como un perro». Parece que ambas tenían 20 años por entonces.
Próximo: RIFKIND, de Lynn Abbey
NOTAS:
- (1) «Ambición a la luz de la luna y otros textos autobiográficos». Robert E. Howard. GasMask Editores, colección Desiderata nº 2. Málaga, junio 2017, pág. 338
- (2) «Espadachinas». Robert E. Howard. La Biblioteca del Laberinto. Madrid, julio de 2006.
- (3) En la introducción a «Espadachinas», de Robert E. Howard, edición antes citada.