
Fantasía especulativa o prospectiva es un termino que no existe (o no se utiliza), lo reconozco; pero quiero usarlo -conscientemente- porque resulta difícil clasificar esta obra de Juan Antº. Fernández Madrigal, autor fácilmente catalogable como de Ciencia Ficción por su obra previa, que sí se enmarca en este género (con el adjetivo o subgénero [Space Opera, New Wave…] que cada cual decida aplicar, que tampoco ahí nos pondremos de acuerdo). Pero, si bien en algún momento El Tapiz Invisible posee reminiscencias de Dune, que el autor reconoce sin ambages y con orgullo, creo que la Space Opera (donde muchos la incluyen no sin polémica) no le es aplicable. Y aunque en el prólogo se la cataloga como Fantasía («épica o alguna de sus variantes»), tampoco puedo estar de acuerdo con mi admirada y sabia Gabriella Campbell. Así que, para no cometer un error involuntario de catalogación incorrecta, y sabiendo que será tema y polémica alguna tarde en la TerMal (se hablará de ello, estoy convencido), me decido por ese subgénero ecléctico inventado, no sin pedir disculpas previas por la arrogancia.
Y es que en un principio la acción de El Tapiz Invisible discurre por caminos cercanos a la fantasía, (una tribu primitiva, errante y nómada en el desierto, con la misión «divina» de seguir siempre un mismo rumbo guiado por su shamán, el único que regresa cada tiempo para recibir instruccio-nes; y otro pueblo de corte feudal, organizado en un acomté disperso en distintas ciudades rodeadas de hierma venenosa, en la que que una clase, los uremos, somete a otra, los altenos, gracias a unos collares que leen o dejan leer, respectivamente, las mentes). Pero con el transcurso del tiempo y las páginas, alcanza terrenos cercanos a la Ci-Fi soft (esos collares, restos de una tecnología que nadie sabe de dónde proviene; La Mina, de donde se extraen artilugios de un pasado perdido que utilizan como armas; o Esfinge, de quien no voy a seguir hablando, os lo aseguro, y tendréis que descubrir vosotros mismos). Para terminar enlazada en esa Saga de las Víboras de las Formas que compone la obra del autor, aunque se puede leer por separado (sinopsis editorial aquí).
Sí coincido con Gabriella en que, más allá del género utilizado como trasfondo de su relato, lo que realmente persigue JAFMA (acrónimo del autor) es contar una historia, tejer un tapiz de interrelaciones personales en principio inconexas pero más unidas de lo que parecen, y en cierto modo predefinidas por el tejedor del tapiz. Historias de relaciones entre sociedades diferentes, o las formas de dominio de unos grupos sobre otros. Historias individuales de crecimiento y superación, en unos jóvenes adolescentes que no comprenden cuanto ocurre con sus vidas, pero que aceptan -o se somenten a- la misión que se les encomienda. Una misión más allá de individualismos concretos, en aras de una colectividad que, en el macrocosmos creado por el autor y la evolución de su obra resulta -por lo que intuyo- la opción definitiva.
En este caso, además, el ecosistema, la naturaleza y sus otras formas de vida, son un componente importante. Y los animales… (¡ah, los animales!) Creo que en algún lugar del libro falta una recomendación importante, implícita en la ilustración de portada, y que el propio autor resalta en la presentación de la obra (enlace al vídeo aquí): prestad atención a los animales, cada uno de ellos, su más mínima presencia, pues son determinantes.
El Tapiz Invisible es, curiosamente, la primera obra escrita por el autor, hace más de 20 años; una obra de juventud (que entonces era sólo de fantasía), remozada con el tiempo y hábilmente engarzada en ese macrouniverso espacio-temporal (ya sí de ciencia ficción) que conforma el resto de su obra; novelas diferentes, pero enlazadas en un continuum progresivo y diferentes épocas de una humanidad que evoluciona. Es verdad que esta novela puede leerse de forma separada a las anteriores de la Saga (de la que, por el momento, sería la última, cronológica-mente hablando). Pero estoy convencido que se disfruta más si se conocen las anteriores. Y os animo a embarcarse en esa aventura completa.
No quiero dejar de indicar, por significativas, las citas que inician el libro:
«Decidme, ¿cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia?»
«Cualquier tecnología excesivamente avanzada es invisible»
Y, por último, su dedicatoria inicial:
«A aquellos tejedores de mundos que todavía no han aprendido: ningún tapiz es invisible»

Doctor Ingeniero en Informática, profesor titular e investigador en robótica e inteli-gencia artificial en la Universidad de Málaga, Fernández Madrigal, como autor de ficción, ha sido galardonado con diversos premios, nominado al Ignotus de la AEFCFT, y elogiado en las críticas por su enfoque original y cuidado de las formas y el lenguaje. Incluso se le ha definido como «uno de los aportes más novedosos y necesarios para la moderna ciencia ficción española» (1). Personalmente, tenía bastante interés por acceder a su obra, que desconocía más allá de algún relato concreto (algo que ahora lamento y voy a solucionar, os lo aseguro).
Su lectura, sin embargo, no es fácil. Tampoco complicada: su narrativa es fluida.
Pero no resulta cómoda o sencilla de leer, aunque sus planteamientos enganchen, sino densa (más en estructura que en estilo), algo críptica en sus propuestas (originales sin duda), y dosifica en exceso la información que ofrece al lector (juega con describir pensamientos de los personajes, pero sin compartir cuanto imaginan o saben). Requiere, por tanto, un esfuerzo añadido por parte de quien la lee (aunque después lo agradece). Si queréis, está enfocada a un lector inteligente, esforzado, que se trabaja la historia. Un perfil que el autor mismo requiere cuando confiesa buscar que su obra, que admite densa, pueda leerse de forma fluida (2).

No quiero dejar de indicar (vicio de antiguo fan-editor) la excelente edición de la obra que realiza El Transbordador: como editorial pequeña -pero arrojada- que es, transpira cariño, y ganas de hacer bien las cosas. Desde la suave textura de su portada a la ilustración doble que la ilumina, obra de Juan Carlos Rivas, muy implicada en su contenido; sin olvidar los dibujos de animales (¡ah, los animales…!) que animan el interior, esos ideogramas de las dieciséis ciudades del Acomté al frente de cada capítulo, o la vidriera-mapa del mundo, al inicio (todos dibujados por el propio escritor, 20 años atrás).
¡Qué gran suerte has tenido, Juan Antonio!.
Si un día publico un libro, también quiero que me traten así.
NOTAS:
- Literatura Fantástica (2004). Mariano Villareal, en la reseña a su novela «Umma»
- Literatura Prospectiva (2010). Entrevista al autor, con motivo de la publicación de «Fragmentos de Burbuja»

Sorprende, por la portada simple y magnífica de María Delgado, con esa mirada enigmática del zancudo de chistera y ojos violetas que es parte del surrealismo
Como digo, Ciudad de Heridas sorprende. Y se lee de un tirón. Porque no puedes dejar de saber qué ocurre realmente con esos personajes que son escritores y a su vez lectores de una obra (escrita por uno de sus personajes) en la que ellos mismos son protagonistas; hechos descritos en obras de juventud, que toman cuerpo y suceden ahora, en la vida real… y una maleta antigua… y esa lechuza…
Y a la joven editorial malagueña que ha arrancado con una fuerza inusitada en el último año, le corresponde el mérito de haberlo sacado a la luz. Esta fue su primera obra publicada, hace unos meses. Desde entonces le han seguido otras cuatro, todas ellas de género (
Esta entrada es tan sólo para recoger su publicación en España, dado que la reseña y comentarios sobre su contenido ya la hice el año pasado, dentro de la serie de artículos
Comentar sólo que La Horda Maldita no es uno de las mejores historietas de Conan. Ni siquiera de las guionizadas por Fred Van Lente, y resultaría prescindible si no fuera por esas 6 primeras páginas y 5 últimas, extraídas de la siguiente historia. De hecho, para mi gusto, su contenido es el más flojo de los cuatro que componen el arco argumental actual de Conan el Vengador (cinco, si contamos 





Málaga), y se decide -felizmente- a ubicar los Mitos de Cthulu también en nuestro país, y con protagonistas autóctonos. Y así, aunque En las Salas de los Reyes Perdidos los hechos suceden en mitad del Atlántico y un barco de la Fundación Cousteau, la acción se inicia en Madrid, con Alberto Ballesteros, un investigador español en busca de la Atlántida. Y en otros relatos sus protagonistas se llaman Carlos, Sonia, Jaime, Martín, Laura o Jerónimo, nombres que, para ser expuestos a penurias demoníacas y hechos sobrenaturales, suenan tan bien como los Herbert, George, Walter, Jan o Gustaff que ya conocemos.

El acierto de José Francisco no se limita a trasladar hechos terroríficos a lugares conocidos; más allá de ello, se atreve a realizar aportaciones propias a los Mitos, como 

La serie (de 10 álbumes) narra la vida de Jonathan Cartland, un hombre del S. XIX en el viejo oeste. Pero lejos del clásico estereotipo del cine comercial hollywoodiense que tan bien ha cultivado la bande des-sinée franco-belga en series de culto como
Johnson
Cazador, trampero, el protagonista es un ingenuo, sereno e idealista, incapaz de soportar que humillen a otros o vivir mucho tiempo en la ciudad, como confiesa en algún momento; su carácter humanista le aleja por temporadas del hombre blanco, hacia la quietud natural y el espíritu indígena del piel roja, aún salvaje, a veces incluso cruel (como la propia naturaleza) pero sin doblez, con el carisma de su nobleza particular; unos seres humanos (los cheyenes) -como le dirá
su hijo recién nacido en los brazos de
como noticia o efectos colaterales, en el siguiente volumen. En éste, junto a la convivencia con los indios y sus costumbres, le acompañaremos en una caravana de colonos, en ese Último Convoy para Oregón, a través de penalidades naturales y humanas, hasta su tierra prometida. O, en El Fantasma de Wah-Kee, a bordo de uno de aquellos vapores que remontaban el río Missouri, pa-ra vernos envueltos en una conspiración de intereses económicos; una historia cargada de tintes mágicos y oníricos, en la que Cartland inicia el camino del sufrimiento que conduce a
Mah-ho-Peneta, el Gran Espíritu, y será renombrado co-mo Wa-Pa-Shee, «Sacrificio»; con unas viñetas y escenas que recuer-dan a Richard Harris en
época de mezcolanzas quedará expuesto en Río Viento, cuando el conde alemán que contrata a Cartland como guía de caza decide construir su castillo en pleno territorio cheyenne, y una presa en su manantial sagrado. La masacre se prepara en viñetas, lentamente.
historias y aventuras son un catálogo de relaciones personales en pequeños núcleos cerrados, atrapados por la soledad inmensa y natural que les rodea; narraciones distintas a las de otras series del oeste, debido quizá al extraño caso de una mujer guionista de historias sobre hombres, como es Laurence Harlé (1949-2005), no tan conocida como otros creadores de westerns de la
Pero para mí, más allá de esas historias diferentes sobre el lejano oeste de los pioneros, lo que en verdad destaca en Cartland es en el dibujo estilizado de Michel Blanc-DuMont, iluminado por los colores de su esposa
inefable del tiempo por Jonathan Cartland representa también (eso bueno tienen los integrales) una crónica de la evolución de Blanc-Dumont hacia un dibujo de trazo firme, ágil y suelto, y un realismo de movimientos natura-les, paisajes espléndidos y sombras elaboradas a plumilla, que recuerdan la precisión y técnica del grabado. Cada viñeta es una postal en sí misma (juzgad vosotros si no…).
concepción más amplia de la página, con la que experimenta e introduce viñetas, o las hace más grandes, en un diseño cambiante con el que, sin revolucionar el estándar de álbum franco-belga (ni pretenderlo), obtie-ne una lectura dinámica de la narra-ción, sin rupturas en su secuencia natural. Y eso, sin más, es el cómic (tebeo, o bande dessinée en este caso). Y por eso me gusta.
La edición castellana de Ponent Mon es exce-lente, como siempre, en esa magnífica labor de recuperación de cómics clásicos de todo tipo y contenido que viene realizando. Y entre ellos, el western ocupa un lugar destacado. Espero con ansia la aparición del segundo volumen de Jonathan Cartland integral. También me haré con él (aunque tengo los álbumes publicados en España, me falta el último de la serie aún inédito. … Y, además, no tengo remedio).