LA DANZA DEL GOHUT | PROCESO DE REALIZACIÓN DE LA PORTADA

El pasado 26 de octubre tuve el honor de presentar en Málaga, junto a su autor y editora, una de las novelas más importantes de las publicadas durante 2018: «La Danza del Gohut», de Ferrán Varela (reseña y comentarios aquí).  Fue en ese evento donde conocí también a Manuel Gutiérrez, autor de la impactante portada que la precede y enriquece, y sus no menos impresionantes bocetos. Y supe que tenían que publicarse.  De ahí surgió el post anterior, en el que Manuel nos regaló ese avance dibujado del proceso de creación de la portada (ver aquí).  No contento, le pedí más.  El resultado: 


PROCESO DE REALIZACIÓN DE LA PORTADA DE «LA DANZA DEL GOHUT»

Por Manuel Gutiérrez

En el verano de 2018, Ediciones El Transbordador me encargó la realización de la portada de la primera novela de Ferran Varela, La danza del gohut.  En las siguientes líneas, hago un resumen del proceso de elaboración, desde su concepto a la maquetación.

Lo abstracto y la dirección.
Me enfrenté al diseño de la portada a partir de las primeras páginas de la novela. En ella hay dos momentos poderosos de la acción que Pilar Márquez, la editora, me sugirió como imágenes clave (a elección) para plasmar en la portada.
No obstante, me faltaba información sobre el mundo que Ferran había creado, de los personajes, los ambientes… Pedí estos datos y pronto tuve una perspectiva global que me permitió acercarme al universo del autor.
Pero me alejé de lo evidente y tomé otros caminos. Unas rutas no citadas en esas primeras páginas. Una senda que me enfrentaba a los personajes principales de la novela sin saber muy bien a dónde me llevarían.  Al menos ya tenía un objetivo.

Los bocetos de los bocetos.
Para centrarme en la idea y no perderme en detalles innecesarios, en esta fase suelo trabajar en un formato muy pequeño. Apenas unos 3×5 cm. donde respeto la proporción del tamaño final de la portada.
Poco a poco, con la dirección elegida y los personajes danzando en mi cabeza, me lancé a esquematizar con dibujos rápidos la esencia de lo que quería contar. En esta etapa no me pongo trabas creativas y acepto cualquier idea, por alejada que parezca en un primer momento.
El resultado para La danza del gohut fueron 38 esquemas. Bocetos arcaicos que ya hablaban el idioma que quería transmitir y que, sin estar reflejados literalmente en la novela, eran trozos de ella. O lo que es lo mismo, el germen del nacimiento de los verdaderos bocetos.

Los bocetos.
Comencé la fase de selección y eliminé aquellos que no pasaban un filtro autoimpuesto de contenido, forma y coherencia.  Me quedé con 9.
Con la selección hecha, aumenté el tamaño de estos bocetos a un formato A5. Sobre la marcha, cambié todo lo que fue necesario de estos esquemas rápidos en pos de los filtros antes mencionados.
Una vez terminados, era el momento de que, tanto la editorial como el autor, dieran su opinión de los enfoques de los bocetos. No hubo muchas dudas y la elección fue rápida. El primer boceto del documento fue el elegido.

El lápiz y el falso entintado.
Con el modelo seleccionado, empecé la documentación anatómica y realicé un lápiz muy terminado tanto en contraste como en matices. Así, evitaba la posterior fase de entintado que me suele matar la frescura de los trazos.
A pesar de todo, en la posterior etapa de edición digital, subí los contrastes para obtener un negro más intenso en aquellas partes que lo necesitaban. O lo que es lo mismo, hice un falso entintado.

El color.
Con el dibujo escaneado, limpio y editado, comencé el color digital.
En mi caso, esta parte no tiene mucho misterio ya que suelo usar paletas cromáticas muy sencillas, bastante veladas, que complementan el lápiz de fondo y dan el contraste necesario para que el mensaje sea claro.  Ya solo tocó pintar, elegir la tonalidad global y poco más.

La maquetación.
De la maquetación se encargó El transbordador. Para ello, usaron una tipografía sencilla que no competía con la ilustración y la dejaba respirar.

No me queda más que agradecer que pensaran en mí para este trabajo, fue grato de hacer, salió relativamente rápido y acabé contento con la edición. Además, la novela es una joya y las críticas están siendo excelentes.

Como curiosidad final, añadiré que me leí la novela una vez editada. Ahí fue cuando me di cuenta que la portada había dado con uno de los pilares conceptuales de la obra sin ser consciente de ello hasta terminarla. Como dice el propio Ferran: «La portada es mejor sinopsis que la sinopsis».  La mejor crítica que tendré sobre este trabajo nunca.

Posfacio
Desde que hice la portada ya no soy yo, volví a nacer con otro nombre.  Ahora soy Raíz Osada. Soy un gohut.

El Proceso del Gohut, de Manuel Gutiérrez

La danza del gohut, de Ferran Varela, es una obra que impacta.  Publicada por Ediciones El Transbordador lleva desde su aparición, semana a semana, siendo número 1 en ventas entre ediciones de género.  Algo debe tener que lo cause. Y algo podéis leer al respecto en la entrada dedicada a la obra en estas páginas (aquí) con motivo de su presentación en Málaga.

Pero en algo, también, contribuirá esa portada impactante de Manuel Gutiérrez, un artista cuyos dibujos poseen una fuerza extraordinaria.

Puede que algún día, en otro momento, podamos disfrutar la reseña de La danza del gohut acompañada de sus imágenes, los bocetos y borradores que compuso como muestras para la portada, diversas composiciones de fuerza increíble que recogen, en blanco y negro, diferentes momentos de la historia.  Por ahora, nos conformamos con  la evolución, el proceso de creación de la portada del libro, que Manuel ha cedido para que comprobemos su trabajo.  Aquí, a continuación o, ya en grande y en movimiento, picando sobre la imagen de arriba (recomendado).  Disfrutadla.

 

LA DANZA DEL GOHUT, de Ferrán Varela.

Pensaba iniciar esta entrada indicando que, de haber escrito hace treinta años (su edad actual), Ferrán Varela hubiese publicado en Berserkr y ese relato sería hoy objeto de culto, como lo es el fanzine entre los aficionados al género.

¡Menuda tontería!

La obra de Ferrán Varela ya es objeto de culto (o lo será en breve), pues muy pocos de los autores actuales del panorama fantástico español pueden presumir de haber publicado, codo a codo, con los más reconocidos autores internacionales de género, ganadores, nominados o finalistas de los premios con mayor prestigio en el mundo del fantástico (Hugo, Nebula, World Fantasy, Locus…).  Y no una, sino dos veces, en sendos volúmenes antológicos: «Dark Fantasies / Oscuras Fantasías» y  «El Viento Soñador y otros relatos«, seleccionados ambos por Mariano Villarreal, quien también prologa, y de forma muy acertada, La Danza del Gohut, su primera novela, publicada por Ediciones El Transbordador (otro lujo, añadiría yo).

Y es que Ferrán Varela, pese a su juventud, es un nombre que comienza a sonar con fuerza en la literatura de género en España, despierta verdadera expectación entre los aficionados y, precisamente por ello, por su juventud, está llamado a convertirse en uno de sus más destacados representantes.  La Danza del Gohut es buena prueba de ello.  No me extrañaría verla entre los finalistas -o ganadora- del premio Ignotus a la mejor novela corta publicada en España en 2018.

«La vida de Leara Viera, una mujer de sangre plebeya que ha conseguido el modesto rango de tutora de la Academia de Tiuma, cambia de rumbo el día en que recibe un inesperado encargo de manos del mismísimo Pleni-potenciario de la ciudad.  Gerrin, el primogénito de este, al que se dio por muerto hace cuatro años, ha sido rescatado del cautiverio al que una horda gohut lo mantenía sometido.  La alegría del Plenipotenciario, sin embargo, se ve eclipsada por el hecho de que el joven Gerrin ha perdido el juicio: está convencido de ser un gohut y reniega de la cultura humana.

La misión de Leara consistirá en reeducarlo a tiempo para el siguiente otoño, momento en que Gerrin deberá participar en la batida anual de caza de gohut y cobrarse unas cuantas de sus pequeñas y rojas cabezas para limpiar el buen nombre de su familia».

Más allá de lo indicado en la reseña editorial, la historia de Leara -como la de Rin– es un relato de crecimiento, de cambio personal y maduración, la prevalencia del yo individual sobre las convenciones establecidas por una sociedad conservadora, que define y establece pautas de comportamiento para cada clase.  Leara, plebeya  en una sociedad de corte medieval que, gracias a su esfuerzo (y romper las normas), ha alcanzado una elevada cota de reconocimiento en la Academia (una mujer, claramente, empoderada para la época) es elegida -tentada- (precisamente por sus métodos poco ortodoxos) para una misión difícil, un reto arriesgado si falla pero altamente gratificado si lo alcanza (su nombramiento como decana, un puesto reservado sólo a la nobleza).  Y ella, por supuesto, acepta.

Leara es idealista, soñadora, una luchadora de convicciones fuertes y voluntad decidida, que consigue avanzar y triunfa donde parecía imposible.  Y, cuando lo hace, sus convicciones, sus creencias profundas, su educación adquirida se derrumban frente a Rin, el dos veces nacido; un gohut del clan de la Noche Ululante, un salvaje, una alimaña de mirada insondable y profunda, dispuesta a desgarrar a todos; pero un ser libre también, un pájaro que vuela por encima de limitaciones humanas, un espíritu indomable… y un estratega.  Cuando ambos conectan –a cambio de un crisantemo y una pluma de halcón diarios- y ella logra que se abra, sus diálogos inteligentes devienen en duelo intenso, una confrontación de culturas diferentes, enfrentadas de inicio y por siempre. 

Hay mensajes subliminares (y muy directos) en este juego dialéctico que Ferrán Varela propone a través de una danza gohut; danza salvaje que es un canto a la libertad individual frente a la sociedad que constriñe; la máxima expresión del kieth, un término imposible de traducir en lengua humana («libertad» es el término más cercano, supongo, aunque no llega ni a ser su sombra»).  Mensajes que nos llegan revestidos de una pátina libertaria que recuerda al anarquismo utópico imbuido en la obra de Ursula Kroeber Le Guin,

«No sois libres.  Sois esclavos unos de otros»

«En lugar de adaptaros al entorno tratáis de domarlo».

también el poder de los nombres (un tema recurrente),

«Ponéis nombres como se le pondría una correa a un perro…  Asignáis roles».

«Era un asqueroso nombre humano, un nombre nacido para atar y restringir la volunta».

o su dualidad taoísta:

«Debe haber noche para que haya día.  Debe de haber dolor para que haya gozo.  Debe haber muerte para que haya vida».

Y, como en Le Guin, hay belleza en sus palabras.

Si en los diálogos -vivos, cargados de contenido- Varela utiliza un lenguaje directo, escueto en juegos semánticos, en las descripciones su narrativa posee un lenguaje poético, hermoso sin ser recargado, muy natural; con descripciones vívidas que dibujan escenas repletas de magia o sensualidad, palabras bellas, metáforas y alegorías que, sin poder evitarlo, recuerdan a Robert E. Howard, el hombre que, en palabras de Patrice Louinet, sentó las bases de la fantasía moderna (1).  Si el maestro Howard era experto en enriquecer con metáforas sus descripciones más duras y épicas («el mantel de los cuervos» … «la canción de las espadas»), la prosa de Varela no le anda a la zaga («…sabor a azul oscuro, magia totémica y el crepitar de una llama» … «la melodía de la madera quebrada»…).  Ferrán Varela posee un don: pese a lo dicho, cuenta las cosas con una escritura concisa, un estilo sencillo pero trabajado.  Con pocas palabras, un par de frases dibuja una escena, resuelve una duda, define el escenario o da un giro a la historia.  No sólo en esta obra; también en las anteriores que he leído: Profundo, profundo en la roca, una fantasía oscura de geomancia, magia de la Tierra y un sacrificio humano a los genios que la canalizan, y Las cadenas de la Casa de Hadén, un relato de corte épico-filosófico donde la trama central es un combate entre un padre y su hija; combate que Ferrán resuelve en sólo unas frases.  Y, sin embargo, no precisa más, está completo, cerrado y perfecto.

Como sus mujeres, protagonistas únicas en cada una de sus historias aunque, a veces, sea un hombre quien lleva el peso del relato.  Osa (ese no es su nombre, entregado como tributo a un espíritu) en Profundo, profundo…, Deva, el guirivilo, matriarca de la casa de Hadén, en Las cadenas…  Mujeres decididas, fuertes aún en la duda, completas pese a que sólo vemos un esbozo de su vida, una parte de esa historia que sabes mayor y querrías conocer completa, pero que llena, y te conformas, porque sabes que alcanza el punto justo para interesar sin cansarte…  La esencia de un buen relato.

A muchos extrañará (a mi me sorprendió) que en La danza del gohut encuentre más rastros de R.E.Howard de lo que a primera vista parece. Si -inicialmente- los gohuts se presentan como salvajes violentos, enemigos jurados de la sociedad civilizada, que asolan cosechas y a los que, necesariamente, hay que exterminar, conforme avanza el relato se transforman en seres cercanos a la naturaleza, muy en la onda del piel roja o nativo amazonio enfrentado a la civilización, el bárbaro identificado con lo natural y no por ello menos salvaje o cruel, que nos trajo el cine en los ’70, ’80 y ’90 (2), o los cómics europeos de la época (3).  Pero que, antes, en la década de los ’30 fue la marca distintiva de R.E. Howard en Conan:

«No era un mero salvaje; era parte de lo salvaje, era uno con los indomables elementos de la vida». El Coloso Negro.

«La barbarie es el estado natural del hombre (…) La civilización es antinatural, un capricho de las circunstancias.  Y, a la postre, la barbarie siempre acabará triunfando».    Más allá del Río Negro.

Aquí Varela, y su gohutestarían cerca del concepto de «existencialista inconsciente» con el que Charles Hoffman identifica aHoward (4).  Un aspecto crucial que, como indica Luis F. López-Espinosa (5)define y diferencia su obra de la de otros autores de fantasía heroica como Tolkien o Moorcock: no existe un Destino predeterminado para el héroe.

«En cada una de las historias de Howard, Conan crea y soporta su propio destino».

Y es el caso de los gohut:

«Debes saber que tu papel en el mundo es sólo el que tú escribas».

Dice López-Espinosa que «El héroe howardiano es un «nihilista activo» en el sentido nietzscheano. (…)  Nihilismo activo presente en el texto «El carácter destructivo» de Walter Benjamin»(6):

«El carácter destructivo solo conoce una consigna: hacer sitio; solo una actividad: despejar. Su necesidad de aire fresco y espacio libre es más fuerte que todo odio.»

Si contrastamos el texto con las palabras de Rin:

«La destrucción es la esencia del cambio.  Para erigir algo nuevo hay que destruir antes lo antiguo».

podríamos concluir lo mismo sobre Varela y sus gohuts (igual es suponer demasiado… pero se lo preguntaré). 

La danza del gohut es una novela de fantasía, una de las pocas que se publican últimamente en España sin componente de CF o Terror.  Y me encanta que sea El Transbordador quien la publique, en una de esas ediciones impecables a las que nos tiene acostumbrado.  Quizá por la violencia y crudeza de algunas acciones o el tono crepuscular de la obra, se le han adjudicado diversas etiquetas como«fantasía weird««fantasía oscura« con las que no estoy del todo de acuerdo (Profundo, profundo en la tierra sí lo es).  En todo caso, sería «grimdark«, que no es sino una palabra moderna para la «fantasía épica» de siempre y, en este caso, como hemos visto, lo es, por mucho existencialismo, introspección y otras cualidades que le acompañen. De todas formas, no son sino eso, etiquetas innecesarias, que constriñen la pura Fantasía sin más, con mayúsculas y sin etiquetas.

Tengo claro que Ferrán Varela escribe bien, muy bien y me gusta.  Me gustan sus personajes y cómo construye historias con pocas palabras -las justas- que te dejan ganas de más.  En las distancias cortas me parece bueno, muy bueno y prometedor.  Habrá que verlo en una novela más larga (a no mucho tardar, por lo que parece).

Yo, por si acaso, me apunto.  Quiero comprobar si -como dice Rinconsigue «el mejor relato que hayas leído en tu vida, a cambio de un trocito de cielo».

NOTAS:

  1. Louinet, Patrice. «Le Guide Howard« (Les trois souhaits), Amazon. 2018:        «Se puede decir que la fantasía (fantasía heroica, o no importa qué otra etiqueta desees utilizar) nace con la epopeya de Gilgamesh, lo que no impide que sea el tejano quien fije, con esta novela («El Fénix en la espada«), la casi totalidad de los códigos presentes hoy en la fantasía moderna».
  2. «Un hombre llamado caballo» (Elliot Silverstein, 1970). «Pequeño gran hombre» (Arthur Penn, 1970).  «La selva Esmeralda» (John Boorman, 1985).  «Bailando con lobos» (Kevin Costner, 1990), son algunos ejemplos.
  3. «Teniente Blueberry» (Charlier/Giraud, 1963), «Ken Parker» (Milazzo/Berardi, 1974), «Jonathan Cartland» (Blanc-Dumont, 1974), entre otros
  4. Hoffman, Ch: «Conan The Existential«, en Herron, D. (ed): «The barbaric Triumph», Maryland: Wildside Press, 2004
  5. López-Espinosa,L.F. «Robert E. Howard: La espada salvaje de la ideología«. Thémata, Revista de Filosofía, nº 55,  2017

EL SUEÑO DEL FEVRE.

Por DAVID MARTÍN.

«Debes venir conmigo, y amarme, hasta la muerte; o debes odiarme, pero seguir conmigo, y odiarme a través de la muerte y después de ella».

Carmilla.  Sheridan le Fanu.

Durante más de cien años, el mito del vampiro nos ha fascinado. Un mito que en vez de agotarse y quedar obsoleto, evoluciona con los nuevos tiempos, se transforma, se adapta. Los viejos vampiros, como Armand, mueren, y los que representan el espíritu de su época, como Louie en Entrevista con el Vampiro, prevalecen.  Mucho se ha hablado de la posible influencia de esta obra sobre el Sueño del Fevre, y en efecto comparten mucho, en especial, lo que las hace refrescantes.  Martin, como Ann Rice antes de él, comprendió que no podía ceñirse a los estereotipos vampíricos clásicos, que debía innovar mediante una vuelta de tuerca.  Lo hizo con soltura y elegancia, sin romper totalmente con el mito, pero aportando una visión novedosa. Esta visión es para mí lo mejor del libro.  Porque donde otros hubiesen querido forzar la máquina, y con una metáfora muy adecuada, reventar las calderas del vapor, Martin solo necesita un poco de leña.

REVISIÓN DEL MITO.

Los vampiros existen y beben sangre.  Hasta aquí, todo correcto.  Sin embargo el origen vampírico, clave en todo relato, se ciñe al prisma moderno. No se transforman en niebla, ni en murciélago ni en lobo. No temen a la cruz ni a la plata ni al agua bendita.  No lo hacen porque en el Sueño del Fevre, los vampiros no son el producto de una maldición, sino una antigua raza no humana, tan incapaz de contagiar a otros humanos como un humano sería capaz de transformarse en otro animal. Y esta explicación sería buena de por sí. La anatomía vampírica posee órganos de los que carece la humana, órganos destinados a digerir la sangre, pero seguimos hablando de un cuerpo vivo. La chispa de genialidad viene ahora: pese a que a los vampiros les resulte imposible convertir a los humanos, pese a que no puedan transformar sus cuerpos en nada, pese a que la plata les resulte indiferente, han convencido a los pocos humanos que creen en los vampiros de que todas esas cosas son ciertas. Las ventajas son innegables. Tenemos a Sour Billy Tomptom, un ghoul, sirviente, un Renfield que sirve al vampiro mayor, al maestro de sangre Julian, bajo la promesa de ser convertido en vampiro, algo completamente imposible, pero que le han hecho creer.

Igualmente nos quitamos el sombrero ante el engaño que podría dar pie a un caza-vampiros cargando con armas inútiles como cruces y ajos, caza-vampiros que no llega a salir, pero que indudablemente no duraría mucho.

AMBIENTACIÓN.

Soberbia, grandiosa, Martin es el gran creador de atmósferas, y nos presenta una descripción envolvente del bajo Misisipi, de Luisiana y de todas las pequeñas ciudades que forman parte del río. El río está vivo, dice el capitán Abner Marsh, y de verdad parece que lo esté, cono todos los vapores, tripulaciones, personajes, formando parte de él como células de un organismo que es en sí, un sueño.

DESARROLLO DE PERSONAJES.

También excelente.  Abner Marsh, Joshua York y Damon Julian son los que dominan la historia, con Sour Billy también como un excelente “Renfield” o más bien un “Grima lengua de serpiente” por lo obvio de su desengaño y rebelión final contra el maestro de sangre, un final predecible pero magistralmente narrado. La crueldad de Julian, la lealtad del capitán Marsh, sus pasiones, y sobre todo sus sueños (adelantar al Eclipse) son tonalidades de color en un lienzo bien pintado.

TRAMA.

La trama esta bien encadenada, saltando de escenarios con elegancia pero sin llegar a ser retorcida. Es una historia de descubrimientos que poco a poco van rebelándose ante el capitán Marsh. El enfrentamiento entre Joshua y Damon Julian no es el eje, aunque domina la parte final del libro. La conclusión es un poco floja. Martin se toma demasiado tiempo en llegar al clímax, y renuncia por completo a dar sus cinto minutos de gloria al capitán Marsh negándole la ocasión de matar vampiros.

RITMO.

Aquí es donde falla George R.R. Martin y es una auténtica pena, porque convierte en libro de siete puntos lo que hubiese podido ser un diez. Martin hace un ejercicio de nostalgia y da un salto temporal de trece años entre escena y escena. Lo hace porque quiere mostrar la decadencia del río, unida a la decadencia del propio barco, y además usa la guerra de secesión como medio para librarse de algún personaje que otro, bastante de pasada. En mi opinión, el clímax hubiese debido ser previo a la guerra, y en enfrentamiento final mientras el capitán Marsh era joven (o no tan viejo) Luego si se quiere contar lo del río en decadencia, vale, lo cuentas.  Pero como epilogo y no como escenario final.

«SUEÑO DEL FEVRE», de G.R.R. MARTIN. Regreso al Mississippi más sangriento

Cuando regresas al Mississippi sangriento de Sueño del Fevre treinta años después de su lectura (propuesta del Club de Lectura de Literatura Fantástica en Málaga para octubre), lo haces con sentimientos enfrentados: a la ilusión de un recuerdo gratificante se une el recelo, la desconfianza que genera un autor cuyos últimos pasos y obras, siendo magníficas e imaginativas, lo han llevado por derroteros comerciales que, en mi opinión -la de muchos-, no demuestran sino desprecio por unos lectores que, en otras circunstancias, continuarían rendidos a su talento.

Pero, tranquilos, no es un problema. Tras las primeras páginas la ilusión regresa y compruebas que mantienen la frescura del George R.R. Martin de los inicios, previo a su paso por televisión, en guiones de series míticas como En los límites de la realidad o la producción de telefilmes, donde domina la técnica del folletín televisivo que tan bien ha utilizado después.  Conforme avanzas en la lectura, piensas que navegas de nuevo por ese río de aguas turbias preñadas de barro, que tan a conciencia describe; sientes el poder, la magia de aquellos vapores de lujo, enormes hoteles flotantes que, en 1857, antes de la guerra de secesión norteamericana, transitaban con orgullo la ruta comercial del gran «padre de las aguas», el Meschacebé de los amerindios que tan bien nos contó Mark Twain; Martin no le anda a la zaga.  Sobre todo, disfrutas sus personajes, tan bien construidos como todos los que diseña el autor; humanos, hasta cuando no lo son; tan cercanos que te invaden y se meten dentro; repletos de vicios y defectos, pecados entre los que el asesinato, tal vez, no sea el peor, cuando está justificado; también virtudes, entre las que destaca la lealtad, la amistad, el deber para con los suyos o los amigos.

Especial es el capitán Abner Marsh, un hombre del río, malcarado, malhablado, impulsivo, corpulento (un posible trasunto del propio Martin, barba enorme y apetito voraz incluidos), pero honrado y generoso; puede que no sea el más inteligente o rápido en sus decisiones, mas ni por asomo es torpe u obtuso y, cuando medita y toma una decisión la mantiene hasta sus últimas consecuencias, aunque en ello le vaya la vida; más si es por su socio, un amigo.

Joshua York es un vampiro; extraño, albino, atípico, muy poco al uso, pero vampiro.  Abner Marsh no lo sabe, al menos de inicio; nosotros sí, que para eso hemos leído mucho al respecto. Y es su socio. Desconcertante, afable, de buenos modales y extrañas costumbres, elegante, con dinero, poderoso pero noble y con un proyecto secreto entre manos («si no me presiona no tendré que mentirle…») que les llevará a compartir el Misisipi entre San Luis y Nueva Orleans, socios en un vapor con alma de mujer que es el más grande y rápido, el más bello y lujoso de cuantos surcan sus aguas: el Sueño del Fevre.  Entre ambos va surgiendo -y somos testigos de ella- una relación diferente, un trasvase mutuo de sensaciones, respeto y dudas, sentimientos compartidos que conducen a la amistad.  Una amistad puesta a prueba tras los secretos, el comportamiento extraño de York y sus amigos, que aman la noche y rehuyen el sol.  Prueba que, sin embargo, llevará a Marsh a descubrir el engaño y exigir la verdad, en un precioso capítulo que emociona por su sensibilidad, al son de versos de Lord Byron en «Las Tinieblas». Y con la verdad llegará la catarsis, la confianza.

«Tuve un sueño que, sin embargo, no era un sueño.

Habíase el sol extinguido, las estrellas cruzaban a oscuras el espacio sin fin, faltas de luz y sin guía.  La tierra, álgida y ciega recorría los cielos sin luna;

(…) el precio del sustento era derramar sangre, y todos se ocultaban, hoscos, a saciar su desazón sin rastro de amor.

Es entonces cuando conocemos su historia y la de su pueblo, el pueblo de la noche, y sabemos de la sed roja, de amos de sangre y la maldad que anida en ciertas criaturas nocturnas que consideran a los humanos seres inferiores, a los que trata y llama ganado, del que se alimenta.  Conoceremos, también, los verdaderos planes de Joshua York para el Sueño del Fevre, un proyecto muy especial, al que Abner Marsh («esta vaca«) decide unirse.

Damon Julian es una de esas criaturas de la noche, su amo de sangre.  Despiadado y cruel, poderoso, sangriento, que fomenta y comparte impasible el natural sacrificio del ganado humano más bello, que ofrece a su grupo en comunión sangrienta (tomad y comed su cuerpo, tomad y bebed su sangre…), en un ritual compartido, una inmolación atávica que sirve de nexo de unión a la comunidad y es símbolo efectivo de su dominio sobre ella.

 «Lo que me ennoblece, lo que me convierte en amo, no es la sangre. Es la vida.  Bebe sus vidas y tus días serán más numerosos.  Come su carne y la tuya se hará más fuerte.  Devora su belleza y te embellecerá». 

No hay maldad implícita en ese acto sangriento, más allá de la necesidad innata de saciar la sed roja que domina al pueblo de la noche.  Sí crueldad, desprecio ante el ser humano que considera inferior.  Es significativa -uno de los aciertos de Martin en esta novela- la defensa que hace Julian de sus actos ante el contrario, en el encuentro previo al enfrentamiento, cuando utiliza -en una sociedad aún esclavista- el símil del hombre blanco superior al negro, que desprecia, mientras sacrifica a sus ojos y les ofrece compartir como cena un «lechón«: un bebé humano de raza negra. 

El enfrentamiento está servido.  Dos amos de sangre frente a frente: Damon Julian, el vampiro clásico, insensible y cruel, y Joshua York, el mesías blanco del pueblo de la noche, que defiende la vida y consigue calmar su sed roja por otros medios, efectivos, que aspira a una vida eterna más humana para su comunidad.  Un enfrentamiento que será mortal.

Sueño del Fevre, publicada en 1982 (mismo año en España), es una novela espléndida. George R.R. Martin obtiene con ella un producto casi redondo, por el diseño de personajes, su vívida descripción del ambiente sórdido de la época (algún fallo comete en lo económico, al parecer), la belleza y emoción que suscitan los vapores de río, o el misterio y suspense que acompañan a la investigación de Abner Marsh sobre su socio.  Sin embargo, la intensidad de la acción, la pasión y el misterio decaen en el último cuarto de la obra; aunque el final es redondo.  

Martin utiliza aquí el concepto del vampiro social, miembro de una comunidad de intereses compartidos, que introdujo Anne Rice en Entrevista con el vampiro, en 1976 (1).  Hasta entonces, desde Polidori (1819), o Varney el vampiro en los Penny Dreadfull (1845-1847), a J.Sheridan Le Fanu (Carmilla, 1872) o Stocker (Drácula, 1892) y el resto de los románticos victorianos, el vampiro era un ser solitario, todo lo más amo de vampiras esclavas, rendidas a su atractiva lujuria, además de constituir la encarnación del mal eterno, si no el mismo demonio.  Con Rice el vampiro cambia, se humaniza, tiene dudas, incluso algunos siente la culpa de segar vidas humanas para alimentarse, seguir viviendo.  En Sueño del Fevre se contemplan ambos conceptos que, necesariamente, al final, se enfrentan, y ambos, vampiros malvados o humanizados, requieren de un esclavo (o socio) humano para conseguir sus planes.  Martin sigue a Rice en la desmitificación de la leyenda y desmiente los bulos que la acompañan: el miedo o repulsión a la cruz, la plata o el ajo, su no reflejo en el espejo por falta de alma: sus vampiros son ateos por necesidad, en ocasiones más antiguos que el dios o persona a quien se adora. Adopta, además, el maravilloso entorno de Louisuana y New Orleans, con sus plantaciones y criollos, al que añade el atractivo especial de los grandes vapores que recorren el Misisipi mientras escupen humo por sus chimeneas; su grandiosidad y lujo, sus fascinantes carreras sobre las aguas que tanto le entusiasmaron de joven, añaden un plus único a la ambientación de la historia.

Sueño del Fevre es una de esas obras que merece la pena leer, que hay que disfrutar en algún momento; y -a juzgar por el sentir de sus miembros- una excelente propuesta para el Club de Lectura de Literatura Fantástica en Málaga.

NOTAS:

(1)  –  Existe la errónea creencia entre aficionados españoles (yo mismo, y otros con quienes lo he comentado) que Sueño del Fevre es anterior a Entrevista con el vampiro y Anne Rice fue quien tomó ideas de G.R.R.Martin.  No es así, como se ve por las fechas, pero es así como se percibe.

  • Puede ser debido a que Sueño del Fevre (ver ficha en Tercera Fundación) se publicó en España en 1982, como en EEUU, por Acervo, una de las grandes dedicada al género entonces, con traducción de Hernán Sabaté y reediciones en 1983 y 2004.  Posteriormente en Gigamesh, con ediciones en 2009, 2012 y 2017, con nueva traducción de Cristina Macías.
  • Entrevista con el vampiro (Confesiones de un vampiro) fue publicada en 1977 (1976 en USA), por Grijalbo, con traducción de Marcelo Covián (ficha en Tercera Fundación).  Pero pasó sin pena ni gloria.  No volvió a reeditarse hasta 1990, por Timún Mas y, más tarde, en 1994, con motivo del éxito de la película.  Desde entonces no ha dejado de tener reedición, casi anual hasta 2014, bien por Ediciones B, RBA, Punto de Lectura, Mediasat, Z o Planeta de Agostini, siempre con la misma traducción inicial.

No es de extrañar, pues, que la percepción del aficionado español en cuanto a fechas sea inversa a la realidad.