
¡Qué diferente resulta seguir la serie sin conocer lo que va a pasar! Le añade un plus de incertidumbre que desconcierta…
Y, sí, esa es la principal sensación que me ha producido esta temporada: desconcierto; es diferente… No sé qué pensaréis quienes no conocíais los libros antes de ver las imágenes, pero yo, que sabía lo que iba a pasar (más o menos), disfrutaba de una excelente reconstrucción de una extraordinaria historia, o macrohistoria, que me encantó en su lectura, y volvía a disfrutar con su recreación; incluso de cambios introducidos, que le otorgaban mayor viveza y vitalidad, un mejor ritmo narrativo de acción visual, al tiempo que atesoraba en mis recuerdos la mayor profundidad de las tramas originales de Canción de Hielo y Fuego y su autor, George R.R. Martin. Un disfrute doble, si queréis, como pocas veces antes había alcanzado.

Pero esta temporada 6, en que la serie ha alcanzado a los libros, no ha sido igual. De ahí mi desconcierto, esa falta de pasión que me he descubierto al verla; una sensación distinta, muy diferente a la de otras temporadas… ¡Ojo: eso no quiere decir falta de interés!. Sólo que es diferente…
Puede que en ello influya las muchas teorías que corren y han corrido acerca de su(s) desenlace(s), a las que nunca me he negado a comentar o elucubrar y compartir yo mismo, y he disfrutado haciéndolo; reconozco que (quizá por eso de conocer de antemano muchas de sus secuencias) he sido amigo de spoilers y teorías imaginativas. Puede por eso, hasta ahora, me haya sorprendido poco lo que viene sucediendo en estos capítulos; incluso, en ocasiones, en los primeros, me haya sentido algo defraudado por cómo lo han hecho o enfocado, y en otras, los más recientes, me gusta el enfoque que parecen buscar los showrunners, David Beniof y Dan Weiss, que nos dirigen hacia un mismo final de la historia por dos caminos diferentes y personajes cambiados: uno más dinámico y activo en la serie, y otro mucho más profundo (y ahora inesperado) en los libros. En todo caso, estoy dispuesto a disfrutar de ambos.
Por lo visto hasta ahora, media temporada, los Stark vuelven a recuperar el protagonismo que nunca habían perdido, pero yacía latente en las últimas, y en especial Jon Nieve. El final abrupto de la temporada anterior (y los libros) lo convertían en el centro de expectantes miradas en esta, y así ha sido. Sin embargo, lo que han hecho con él, por más que esperado, me ha dejado un tanto frío; resulta demasiado rápido y simplista y, en mi opinión, se han quedado cortos: había imaginado y esperaba algo más warg, con Fantasma, como deja intuir Martin en los libros; pero, en fin, no deja de ser una opción. También desconcierta y resulta inesperado (aunque eso es bueno) esa visión de una Melissandre falible, desvencijada y hundida; y el protagonismo que adopta Ser Davos, que aunque me gusta, resulta extraño sin ser un Hermano de la Noche y creo lejos del que interpreta en los libros.
Sansa es otra, distinta, bastante más decidida tras la destrucción moral y física a la que fue sometida por Ramsay Bolton (que continúa definiéndose como el hideputa mayor de la serie con diferencias, y lo demuestra a su propio padre). También parece haber abierto los ojos frente a las maquinaciones de Petyr Baelish, Meñique, de quien porta su semilla de intriga, y a quien puede llegar a superar (al menos pienso que lo va a intentar, aunque es difícil), sin miedo a utilizar a su medio-hermano Jon en la senda de venganza y reconquista que emprende. Con el regreso de Rickon el círculo Stark se va cerrando, por mucho que apene el destino de Natalia Tena en la serie (en principio, distinto en las novelas). Y todo hace imaginar una gran batalla final por El Norte, hacia el final de la temporada.

En esa supuesta reunión familiar (¿cuantos sobrevivirán?) no parece que vaya a estar Arya, que continúa en Braavos su formación como asesina sin rostro, más deprisa que en las novelas (cuyo ritmo Martin había enlentecido bastante en las dos últimas), pero habrá que esperar aún a verla desatada, como imaginamos (y sabemos por el capitulo Misericordia, de Vientos de Invierno, avanzado hace tiempo).
Y Bran, ese chiquillo inquieto que inició todo con sus correrías y trepas por las almenas de Invernalia, vuelve a armarla. ¡Y ya era hora…! Mucha de la acción y hechos relevantes de esta temporada parecen estar en sus manos (o sus visiones), en ese proceso de aprendizaje junto al Cuervo de tres ojos (Brynden Ríos, un Targaryen, no lo olvidemos; aunque en la serie no se diga). Sus visiones de hechos pasados nos ponen en la pista de lo sucedido en la Torre de la Alegría (y parecen acercar la teoría R+L=J), con cierta desmitificación de la figura incólume de Ned Stark. Un acto suyo atrae sobre sí a los Caminantes Blancos… y, sobre todo, nos conduce hasta ese Wylis (Walder en el original) que cierto día devino en Hodor… ¡Qué excelente giro de acontecimientos y paradoja en el tiempo para dar explicación a una actitud y un nombre!… que los productores admiten
corresponde a su autor, el gran G.R.R.Martin (¡¿quién si no?!), que dos años atrás les habría revelado tres hechos y tramas sorprendentes (el sacrificio de Sheereen, el origen del nombre de Hodor y un sorprendente giro al final de la serie…) .
Sí, me gustan algunos de los pasos por los que avanza esta temporada fuera de los libros (aunque el más espectacular parta de la mente de su autor), con algunas escenas muy bien llevadas y cargadas de tensión. Pero también encuentro enormes fallos de lógica en determinadas secuencias, y un desarrollo equívoco y desconcertante de situaciones y personajes, el más flagrante el de las Serpientes de Arena y el destino de Doran Martell en Dorne… (mientras continúo esperando a Benjen Stark…)
Seguiré en otro momento con El Sur, en Essos (el centro, el resto de Poniente, salvo las Islas del Hierro, parece bastante diluido por el momento).
Cierro esta entrada como el quinto episodio de la T6, último por ahora:
¡Aguanta la puerta! (¡Hold the door!)




Málaga), y se decide -felizmente- a ubicar los Mitos de Cthulu también en nuestro país, y con protagonistas autóctonos. Y así, aunque En las Salas de los Reyes Perdidos los hechos suceden en mitad del Atlántico y un barco de la Fundación Cousteau, la acción se inicia en Madrid, con Alberto Ballesteros, un investigador español en busca de la Atlántida. Y en otros relatos sus protagonistas se llaman Carlos, Sonia, Jaime, Martín, Laura o Jerónimo, nombres que, para ser expuestos a penurias demoníacas y hechos sobrenaturales, suenan tan bien como los Herbert, George, Walter, Jan o Gustaff que ya conocemos.

El acierto de José Francisco no se limita a trasladar hechos terroríficos a lugares conocidos; más allá de ello, se atreve a realizar aportaciones propias a los Mitos, como 






Pero fue una lástima: no le dieron tiempo a crecer, a crear su público. Ni siquiera con el cambio de un Chaykin que prometía, pero aún incipiente y de trazo inseguro (sólo hay que fijarse en sus portadas, inmaduras salvo la segunda, en la que participó Berni Wrightson), al que salvaba el entintado y arreglos de The Crusty Bunkers (una caterva de autores variados entre los que destacaban Walt Simonson, Jim Starlin, Berni Wrightson, Mike Kaluta o Al Milgrom, que no dudaron en dejar su impronta o vestigios de personajes propios, y que conseguían que el rostro de los protagonistas varasen en cada página). Walter Simonson marca distancias en el quinto número y su portada; pero poco se podía hacer.
Dark Horse
La serie (de 10 álbumes) narra la vida de Jonathan Cartland, un hombre del S. XIX en el viejo oeste. Pero lejos del clásico estereotipo del cine comercial hollywoodiense que tan bien ha cultivado la bande des-sinée franco-belga en series de culto como
Johnson
Cazador, trampero, el protagonista es un ingenuo, sereno e idealista, incapaz de soportar que humillen a otros o vivir mucho tiempo en la ciudad, como confiesa en algún momento; su carácter humanista le aleja por temporadas del hombre blanco, hacia la quietud natural y el espíritu indígena del piel roja, aún salvaje, a veces incluso cruel (como la propia naturaleza) pero sin doblez, con el carisma de su nobleza particular; unos seres humanos (los cheyenes) -como le dirá
su hijo recién nacido en los brazos de
como noticia o efectos colaterales, en el siguiente volumen. En éste, junto a la convivencia con los indios y sus costumbres, le acompañaremos en una caravana de colonos, en ese Último Convoy para Oregón, a través de penalidades naturales y humanas, hasta su tierra prometida. O, en El Fantasma de Wah-Kee, a bordo de uno de aquellos vapores que remontaban el río Missouri, pa-ra vernos envueltos en una conspiración de intereses económicos; una historia cargada de tintes mágicos y oníricos, en la que Cartland inicia el camino del sufrimiento que conduce a
Mah-ho-Peneta, el Gran Espíritu, y será renombrado co-mo Wa-Pa-Shee, «Sacrificio»; con unas viñetas y escenas que recuer-dan a Richard Harris en
época de mezcolanzas quedará expuesto en Río Viento, cuando el conde alemán que contrata a Cartland como guía de caza decide construir su castillo en pleno territorio cheyenne, y una presa en su manantial sagrado. La masacre se prepara en viñetas, lentamente.
historias y aventuras son un catálogo de relaciones personales en pequeños núcleos cerrados, atrapados por la soledad inmensa y natural que les rodea; narraciones distintas a las de otras series del oeste, debido quizá al extraño caso de una mujer guionista de historias sobre hombres, como es Laurence Harlé (1949-2005), no tan conocida como otros creadores de westerns de la
Pero para mí, más allá de esas historias diferentes sobre el lejano oeste de los pioneros, lo que en verdad destaca en Cartland es en el dibujo estilizado de Michel Blanc-DuMont, iluminado por los colores de su esposa
inefable del tiempo por Jonathan Cartland representa también (eso bueno tienen los integrales) una crónica de la evolución de Blanc-Dumont hacia un dibujo de trazo firme, ágil y suelto, y un realismo de movimientos natura-les, paisajes espléndidos y sombras elaboradas a plumilla, que recuerdan la precisión y técnica del grabado. Cada viñeta es una postal en sí misma (juzgad vosotros si no…).
concepción más amplia de la página, con la que experimenta e introduce viñetas, o las hace más grandes, en un diseño cambiante con el que, sin revolucionar el estándar de álbum franco-belga (ni pretenderlo), obtie-ne una lectura dinámica de la narra-ción, sin rupturas en su secuencia natural. Y eso, sin más, es el cómic (tebeo, o bande dessinée en este caso). Y por eso me gusta.
La edición castellana de Ponent Mon es exce-lente, como siempre, en esa magnífica labor de recuperación de cómics clásicos de todo tipo y contenido que viene realizando. Y entre ellos, el western ocupa un lugar destacado. Espero con ansia la aparición del segundo volumen de Jonathan Cartland integral. También me haré con él (aunque tengo los álbumes publicados en España, me falta el último de la serie aún inédito. … Y, además, no tengo remedio).




