Transcripción literal de las páginas 2, 3 y 4 de Berserkr 1 (invierno de 1984):
Aproximadamente 10.000 años antes de Cristo, en el tiempo transcurrido entre el hundimiento de la Atlántida y el renacer de la Historia tal y como hoy es conocida, existió una época no imaginada por el hombre, en la que brillantes reinos destacaron con luz propia. En aquel tiempo, cuando la magia y la brujería eran prácticas habituales y que ha sido llamado la Era Hiboria, existían civilizaciones muy diferentes de las actuales, que mantenían culturas, etnias e idiosincrasia propias muy bien definidas.
Entre aquellos reinos destacó el de Aquilonia. Y entre sus hombre, uno llamado CONAN, bárbaro cimmerio que, después de ser ladrón, pirata, guerrero y mercenario, conocido en todos los confines de la tierra entonces existente, llegó a ser rey de la citada Aquilonia para resaltar aún más su explendor.
Esta era sólo fue conocida hace unos 50 años, cuando Robert Ervin Howard publicó los relatos de aventuras de Conan el Bárbaro y reconstruyó las «Crónicas Nemedias».
Cuando Howard comentaba en carta a Clark Ashton Smith, fechada en 1933, la forma en que escribió los relatos de Conan, ya dejaba entrever la posibilidad de que tal hecho, por la forma frenética en que las historias surgían de su pluma, fuese inspirado por espíritus o poderes ocultos. También en 1936, en carta a P. Shuyler Miller, apuntaba su impresión de escribir tales relatos de Conan como si este mismo se los narrara. Hoy podemos pensar que, posiblemente, Howard realizara, en momentos de trance autohipnótico verdaderas regresiones psicofísicas a la Era Hiboria para que el propio Rey Conan le relatara sus historias.
Posteriormente, tras su muerte, diversos autores entre los que resaltan L. Sprague de Camp, Lyn Carter, John D. Clark y el citado P.S. Miller, han continuado la reconstrucción de las crónicas de los escribas nemedios, que reflejaron no sólo episodios de la vida de Conan, sino una verdadera crónica de aquella sangrienta época.
Recientemente, en una pequeña y casi inaccesible cala del litoral malagueño donde me encontraba acampado, encontré un cofre herrumbroso que contenía ajados pergaminos, tan viejos que, al mero tacto, amenazaban con convertirse en polvo. Estaban escritos en un lenguaje desconocido, de extraños signos y runas que, no obstante, algún designio superior me hacía comprender. Era como si, telepáticamente, con una simple mirada, aquellas palabras escritas fueran traducidas en mi mente.
La lectura de los pergaminos atrajo totalmente mi atención y la de mi mujer de forma tal que, juntos, fuimos devorando mentalmente los cuarteados escritos en una concentración de origen sobrenatural.
Cayó la noche, y al amanecer, terriblemente agotados por el esfuerzo, observamos con asombro cómo, al contacto con el primer rayo de luz, esos rollos de historia desconocida se fueron pulverizando al tiempo que desprendían volutas de humo dorado.
Los vapores emitidos nos sumieron en un extraño sopor, y quedamos tendidos sobre la arena. Al despertar, varias horas después, el cofre había desaparecido y nos fue imposible de encontrar rastro de él o su contenido, perdiendo también de esta forma toda prueba escrita de aquella mágica era.
De cómo podría haber llegado el cofre hasta allí pudimos hacernos una idea tras la lectura del primer manuscrito, distinto a los otros. En él se narraba cómo unos quinientos años después del reinado de Conan el Grande (hacia el año 9500 a.C.), ante el inminente hundimiento del Imperio Aquilonio, cuando los pictos se encontraban a las puertas de su capital Tarantia, se procedió al abandono de la ciudad. En un intento de salvar la documentación de la Gran Biblioteca, se embalaron los escritos en recios cofres que serían enviados, a través del río Khorotas, con destino a Messanti, capital de la marinera Argos, donde aún no había comenzado la destrucción.
El resto entra en el campo de la conjetura. Pero bien pudiera haber sucedido que en el gran cataclismo que separó el continente estigio del resto del mundo y formó lo que hoy es el mar Mediterráneo, el cofre, ya en Messantia, cayera al mar y fuera sepultado por las aguas para, siglos después y bajo no sé que oculto designio, aparecer nuevamente en tierra firme.
Esta teoría bien pudiera ser correcta, pues si se observa el mapa que se acompaña en las novelas editadas recientemente por Forum, en el que se superponen el continente Hiborio y el mundo de nuestros días, se apreciará la cercanía de la citada Messantia con la Málaga actual.
También me fue posible tras la lectura de un segundo pergamino establecer la forma en que, dentro de estas Crónicas de Aquilonia, semejantes a las que confeccionaron los escribas de Nemedia, se recogieron las narraciones de la vida de Conan:
De todos es sabido que el cimmerio tuvo tres hijos de su matrimonio con Zenobia. Dos varones, Conn, el mayor, que le sucedió en el trono, y Taurus, seis años menor que este, y una mujer, Radegund, hermana pequeña de ambos. Pues bien, ésta última, que había heredado el carácter indómito del padre, así como la dulzura de la madre, además de manejar la espada mejor que sus instructores aquilonios, decidió recopilar los relatos de su progenitor, al que apenas conoció, poniéndose al frente de un grupo de escribas. Y si bien las crónicas que por unas horas tuvimos en nuestras manos van firmadas por «el escriba mayor del reino», a su lado, junto a la firma, una «R.» estilizada, se podía observar el sello del león real de la familia.
Durante algún tiempo decidimos silenciar nuestra experiencia, en el convencimiento de que la falta de pruebas nos convertiría en el hazmerreir de la gente. Ahora, pensándolo mejor, he decidido presentar esta publicación que, al ser limitada al círculo de los amantes de la Fantasía Heroica, confío tendrá la acogida que en ambientes más generales nunca llegaría a conseguir. Si la respuesta obtenida es la que espero servirá para presentar otros datos sobre la vida de Conan y sus contemporáneos, así como detalles sobre reyes, culturas, dioses y brujos de la época, al tiempo que vayan surgiendo de nuestra mente los recuerdos que, aquella noche, nos fueron mágicamente imbuidos.
Al tiempo, tengo la certeza de que lo mismo que algún ser etéreo, espíritu, o simplemente el propio destino, puso en mis manos (y mente) la documentación antes citada y aquella maravillosa experiencia, deberán existir otros que hayan gozado de tal favor y estén dispuestos a convertirse en modernos cronistas aquilonios.
Para ellos, y para todos los que deseen narrar experiencias propias, relatos o dibujos relacionados con temas de Fantasía Heroica, están abiertas las páginas de esta revista.
Manuel Berlanga Fernández
Fue una buena entrada ¿verdad?
Toda una declaración de intenciones. Y lo que entonces me pareció la mejor forma de presentar la revista y animar a otros a colaborar en ella.
A tenor de lo que vino detrás, creo que no estuvo mal.