
¡Debe ser difícil quedarse sin base para trabajar a mitad de una serie!.
Reconozco que la papeleta con que se encontraron D.Beniof y D.Weiss tuvo que ser difícil, obligados a seguir adelante con la serie de mayor éxito en los últimos años, en base a la mejor serie de Fantasía de lo que va de siglo, y sin más que unas pocas ideas transmitidas por su creador, George R.R. Martin, (y supongo que el final). Pero he de reconocer, también, que al menos se lo han currado, escudri-ñando en cada frase escrita, rumores y teorías para extraer ideas de por dónde van, o deben ir, los hechos imaginados por el autor y encauzar las cosas hacia ese final común que imaginamos, aunque por caminos algo diferentes (ya los había antes, así que tampoco es para tanto).
Lo que sí han hecho es tomar las riendas y dar mayor ritmo y acción, a ciertas tramas que parecían aletargadas en los libros. La excelente narrativa de Martin y su capacidad para generar subtramas internas de interés para los lectores no casan bien con el lenguaje y ritmo televisivo, por lo que se habían visto obligados a suprimir algunas de ellas, y numerosos personajes. Ahora que, salvo lo pactado o comentado con el escritor, todo queda en sus manos, parecen decididos a eliminar recovecos que podrían cansar al espectador y adelantar desenlaces.
Eso parece que han pensado para Danaerys. Su fulgurante carrera como reina guerrera de los Dothrakis y su cruzada hacia Poniente se vio cortada a su paso por Meereen, perdiendo interés para muchos que demandaban más acción. Es cierto que había que dar tiempo a que los dragones crecieran, y a reafirmar la entereza de su «madre»; pero ya iba siendo hora de retomar ese rumbo. Y todo indica que así han pensado los guionistas, retrotrayendo la historia al final de la primera temporada, no sólo en concepto, sino también de forma gráfica y visual, reconvirtiéndola en una diosa de fuego para todo el pueblo Dothraki (incluidos Daario y Mormont), ya sin khales
varones, pero con una khaleeshi guerrera de origen sobrenatural. Si a ello se le unen los dragones, como es de suponer, habrán recuperado ese avatar destructivo que se prometía al inicio; quizás el propio Azhor Ahai, el Príncipe Prometido que Melissandre primero vio en Stanis Baratheon (y los hechos se han encargado de contradecirla), y Benerro en los libros, aunque en la serie otra sacerdotisa roja (que al menos impresiona a Varys), han señalado en la propia Daenerys.
Por ahí van los tiros en Meereen en su ausencia, donde un Tyrion desdibujado y con su ingenio transmutado en contador de chistes malos negocia los términos de paz frente a los Hijos de la Arpía y los amos esclavistas de las ciudades vecinas; con Varys, a falta de Barristan Selmy.
Definidos de esta forma los Hielo y Fuego de la Canción, en medio -al menos por el momento, las cosas deben cambiar- encontramos poca acción y mucha intriga palaciega o juego parciales de tronos pequeños e independientes:
Da tristeza comprobar en qué ha quedado reducida la trama de Dorne, y Ellaria y las Serpientes de Arena diluidas en una visión localista, pequeña y plana de la venganza en caliente, más allá de la astuta y grandiosa venganza en frío que llega a imaginar Doran Martell en los libros. En ellos habremos de disfrutarla, no aquí.
Desembarco del Rey los pactos e intrigas religioso-palaciega marcan por ahora las vidas de quienes lo habitan: una Cersei humillada por el Gorrión Supremo y de nue-vo unida a Jaime, ambos ya sin Mircella, pero con la grata com-pañía de Qyburn y una inmensa Franky-Montaña, deberán unirse a los Tyrell para liberar a Margaery y Loras (aún guapo) presos. Espero que al menos den a Lady Olenna, la Reina de Espinas, el protagonismo que se
merece y supo demostrar en ese duelo escénico que mantuvo con Tywin Lannister. Aunque en esta fase de la historia, el protagonismo escénico parece dominado por un Gorrión Supremo más listo de lo que parece. Hay que desear que el enfrentamiento esperado entre ambos frentes depare mayor dinamismo y esa imaginación que los productores han demostrado en otras ocasiones .
Sí que parece bien encajado el protagonismo que los Hijos del Hierro han de alcanzar en la serie, demasiado
tempranero en los libros. Perso-najes que no habían aparecido hasta ahora, Aeron Pelomojado, o Euron Greyjoy (¿sin el cuerno?) lo hacen en el momento oportuno para ofrecer a Danaerys esa flota que necesita para llevar sus huestes hasta Poniente. Sólo que con un Theon de por medio que no está en los libros, pero tampoco desentona aquí…
Confío en que, aún sin la gracia de Martin, Beniof y Weiss sepan reconducir la serie con esa imaginación de la que ya han hecho gala. La serie suele ir in crescendo a lo largo de las temporadas, y espero disfrutar con la mitad que viene. Bases firmes y buen material tienen para hacerlo. Confío en que lo consigan, sin demasiadas inconsistencias.



Por lo visto hasta ahora, media temporada, los Stark vuelven a recuperar el protagonismo que nunca habían perdido, pero yacía latente en las últimas, y en especial Jon Nieve. El final abrupto de la temporada anterior (y los libros) lo convertían en el centro de expectantes miradas en esta, y así ha sido. Sin embargo, lo que han hecho con él, por más que esperado, me ha dejado un tanto frío; resulta demasiado rápido y simplista y, en mi opinión, se han quedado cortos: había imaginado y esperaba algo más warg, con
Sansa es otra, distinta, bastante más decidida tras la destrucción moral y física a la que fue sometida por 
Y Bran, ese chiquillo inquieto que inició todo con sus correrías y trepas por las almenas de Invernalia, vuelve a armarla. ¡Y ya era hora…! Mucha de la acción y hechos relevantes de esta temporada parecen estar en sus manos (o sus visiones), en ese proceso de aprendizaje junto al
corresponde a su autor, el gran G.R.R.Martin (¡¿quién si no?!), que dos años atrás les habría revelado tres hechos y tramas sorprendentes (el sacrificio de 



Málaga), y se decide -felizmente- a ubicar los Mitos de Cthulu también en nuestro país, y con protagonistas autóctonos. Y así, aunque En las Salas de los Reyes Perdidos los hechos suceden en mitad del Atlántico y un barco de la Fundación Cousteau, la acción se inicia en Madrid, con Alberto Ballesteros, un investigador español en busca de la Atlántida. Y en otros relatos sus protagonistas se llaman Carlos, Sonia, Jaime, Martín, Laura o Jerónimo, nombres que, para ser expuestos a penurias demoníacas y hechos sobrenaturales, suenan tan bien como los Herbert, George, Walter, Jan o Gustaff que ya conocemos.

El acierto de José Francisco no se limita a trasladar hechos terroríficos a lugares conocidos; más allá de ello, se atreve a realizar aportaciones propias a los Mitos, como 






Pero fue una lástima: no le dieron tiempo a crecer, a crear su público. Ni siquiera con el cambio de un Chaykin que prometía, pero aún incipiente y de trazo inseguro (sólo hay que fijarse en sus portadas, inmaduras salvo la segunda, en la que participó Berni Wrightson), al que salvaba el entintado y arreglos de The Crusty Bunkers (una caterva de autores variados entre los que destacaban Walt Simonson, Jim Starlin, Berni Wrightson, Mike Kaluta o Al Milgrom, que no dudaron en dejar su impronta o vestigios de personajes propios, y que conseguían que el rostro de los protagonistas varasen en cada página). Walter Simonson marca distancias en el quinto número y su portada; pero poco se podía hacer.
Dark Horse
La serie (de 10 álbumes) narra la vida de Jonathan Cartland, un hombre del S. XIX en el viejo oeste. Pero lejos del clásico estereotipo del cine comercial hollywoodiense que tan bien ha cultivado la bande des-sinée franco-belga en series de culto como
Johnson
Cazador, trampero, el protagonista es un ingenuo, sereno e idealista, incapaz de soportar que humillen a otros o vivir mucho tiempo en la ciudad, como confiesa en algún momento; su carácter humanista le aleja por temporadas del hombre blanco, hacia la quietud natural y el espíritu indígena del piel roja, aún salvaje, a veces incluso cruel (como la propia naturaleza) pero sin doblez, con el carisma de su nobleza particular; unos seres humanos (los cheyenes) -como le dirá
su hijo recién nacido en los brazos de
como noticia o efectos colaterales, en el siguiente volumen. En éste, junto a la convivencia con los indios y sus costumbres, le acompañaremos en una caravana de colonos, en ese Último Convoy para Oregón, a través de penalidades naturales y humanas, hasta su tierra prometida. O, en El Fantasma de Wah-Kee, a bordo de uno de aquellos vapores que remontaban el río Missouri, pa-ra vernos envueltos en una conspiración de intereses económicos; una historia cargada de tintes mágicos y oníricos, en la que Cartland inicia el camino del sufrimiento que conduce a
Mah-ho-Peneta, el Gran Espíritu, y será renombrado co-mo Wa-Pa-Shee, «Sacrificio»; con unas viñetas y escenas que recuer-dan a Richard Harris en
época de mezcolanzas quedará expuesto en Río Viento, cuando el conde alemán que contrata a Cartland como guía de caza decide construir su castillo en pleno territorio cheyenne, y una presa en su manantial sagrado. La masacre se prepara en viñetas, lentamente.
historias y aventuras son un catálogo de relaciones personales en pequeños núcleos cerrados, atrapados por la soledad inmensa y natural que les rodea; narraciones distintas a las de otras series del oeste, debido quizá al extraño caso de una mujer guionista de historias sobre hombres, como es Laurence Harlé (1949-2005), no tan conocida como otros creadores de westerns de la
Pero para mí, más allá de esas historias diferentes sobre el lejano oeste de los pioneros, lo que en verdad destaca en Cartland es en el dibujo estilizado de Michel Blanc-DuMont, iluminado por los colores de su esposa
inefable del tiempo por Jonathan Cartland representa también (eso bueno tienen los integrales) una crónica de la evolución de Blanc-Dumont hacia un dibujo de trazo firme, ágil y suelto, y un realismo de movimientos natura-les, paisajes espléndidos y sombras elaboradas a plumilla, que recuerdan la precisión y técnica del grabado. Cada viñeta es una postal en sí misma (juzgad vosotros si no…).
concepción más amplia de la página, con la que experimenta e introduce viñetas, o las hace más grandes, en un diseño cambiante con el que, sin revolucionar el estándar de álbum franco-belga (ni pretenderlo), obtie-ne una lectura dinámica de la narra-ción, sin rupturas en su secuencia natural. Y eso, sin más, es el cómic (tebeo, o bande dessinée en este caso). Y por eso me gusta.
La edición castellana de Ponent Mon es exce-lente, como siempre, en esa magnífica labor de recuperación de cómics clásicos de todo tipo y contenido que viene realizando. Y entre ellos, el western ocupa un lugar destacado. Espero con ansia la aparición del segundo volumen de Jonathan Cartland integral. También me haré con él (aunque tengo los álbumes publicados en España, me falta el último de la serie aún inédito. … Y, además, no tengo remedio).