Aunque ya se han filtrado los primeros 4 episodios de la T5 de Juego de Tronos, anoche (esta madrugada en España) se estrenó oficialmente su primer episodio. Y por seguir una secuencia más o menos estándar, quiero respetar ese orden en mis comentarios, en los que trataré de no introducir spoilers (o sólo lo imprescindible…).
El título del primer episodio lo dice todo: Las Guerras que vendrán, un augurio de cuanto nos espera esta temporada. Y como todo primer capítulo, su contenido ha de ser, obligatoriamente, de introducción y puesta al día de los personajes y sus situaciones y, como tal, algo lento de ritmo de nivel bajo en intensidad de acción (que la tiene). En su contenido, se incluyen datos de los tres últimos libros publicados de Canción de Hielo y Fuego: Tormenta de Espadas, Festín de Cuervos y Danza de Dragones. Me ha parecido genial la entrada: una ruptura total de secuencia, sin ningún personaje principal conocido (sólo en principio) para activar de inmediato la atención del aficionado entendido, quien entrebusca en sus recuerdos a qué se está enfrentando. Pronto lo encontrará, entre los recuerdos de una reina en su niñez y las profecías que recibiera (aunque se echa en falta la del Valonqar).
En Desembarco del Rey, asistimos a los funerales del patriarca Lannister, con repaso a la familia y la situación de los gemelos. Es todo un acierto la re-introdución de Lancel, mano ejecutora de Robert Baratheon inducido por Cersei, arrepentido ahora de sus actos pasado y convertido en «gorrión», uno de los desposeídos fanáticos religiosos que tanto darán que hablar esta temporada. Lo mismo que innecesaria la escena de Loras Tyrrel con Olyvar; un exceso gratuito pese al reproche de Margaery, nueva reina de Tommen.
En Pentos encontramos a un Tyrion abrumado que ahoga en vino sus actos de amor y muerte, junto a Varys, que asume el papel de Illyrio Mopatis como anfitrión, y le pone al día sobre la tela de araña urdida en la conspiración por devolver el trono a los Targaryen.
En Meereen, la regencia de Danaerys, Madre de Dragones no pasa sus mejores momentos pese a Daario Naharis; y a la resistencia de Los Hijos de la Arpía, que asesinan a sus libertos e inmaculados, y la previsible guerra con Yunkai, se une la pérdida del cariño de sus dracos encadenados: Rhaegal y Viserion le muestran su desapego (de Drogon nada se sabe, por ahora). Missandei, receptiva a Gusano Gris, le pregunta por qué los inmaculados acuden a los burdeles…
En el Valle, Alayne Piedra (Sansa Stark) y Meñique avanzan sus maquinaciones y asientan su influencia. Todo parece indicar que la pareja dará mucho que hablar en la temporada, con su partida a un nuevo lugar, aún desconocido; los rumores hacen sospechar que el avance de su trama anticipará hechos no relatados, que pertenecen a Vientos de Invierno. En su camino, se cruzan sin que lo sepan con Brienne y Pod, en otra jugada de un caprichoso destino.
Y, por fin, en el Muro, Stannis ejerce de rey y exige de Jon Nieve que convenza a Mance Rayder y sus salvajes para que se unan a sus tropas. Pero cuando el Rey más allá del Muro se niega a hincar la rodilla, su destino queda sellado por Melissandre. Mance se muestra aquí como uno de los caracteres más firmes y honrados de la serie, comparable a Ned Stark. Y Jon, que ha mamado esos valores y le admira, no puede dejar de actuar.
Episodio de tránsito, sin demasiada acción o hechos significativos (excepto al final, y no siempre es verdad lo que parece…), pero necesario como posicionamiento de re-entrada. Y eso que aún no han aparecido personajes significativos que gozarán de un alto protagonismo en la temporada: Arya, en su proceso de transformación total en La Casa de Negro y Blanco, y los dornienses, con sus Serpientes de Arena y sus Jardines del Agua, en fondos magníficos de los Reales Alcázares.
Los pilares de la temporada han sido plantados, para asentar las nuevas guerras que aún están por venir. Y prometen muchas emociones y sorpresas.