Si buscar el Necronomicon podría parece una misión improbable, e imposible que la lleve a cabo el mismo Howard Phillips Lovecraft, autor que lo concibió, producto de su imaginación, que además lo haga recorriendo el mundo acompañado de dos amigos, autores tan famosos -o más- que él mismo, Frank Belknap Long y Robert E. Howard, no puede ser sino el guión de una película de ficción o -como es el caso- una sorprendente novela que ha revolucionando el panorama fantástico español, asombrando a todos con su imaginativa propuesta, y está llamada a ser uno de los protagonistas del género este año 2014.
Jesús Cañadas es un gaditano conocido en el fandom (estoo… ¿quién sigue utilizando ese término?) por sus relatos en diversas revistas y fanzines, y ya destacó con su obra anterior, El Baile de los Secretos. Pero con Los Nombres Muertos no sólo demuestra que escribe bien, sabe recrear situaciones, definir personajes creíbles, y mantener el interés y tensión necesaria a lo largo de una obra (al menos, gran parte de ella), sino que es listo -mucho-, y ha sabido «encontrar un filón» (lo que en las escuelas de negocio llaman un «nicho de mercado») trasladando personajes que todos imaginamos sentados frente a su pluma o máquina de escribir, a un periplo por diversas partes del mundo en pos de una misión asombrosa, una aventura imposible. Personajes famosos, conocidos; sobre todo, complicados (por no decir raros) en su vida real, que sin embargo define con corrección y dota de una personalidad específica mediante estereotipos marcados, a veces exagerados hasta el borde de la sonrisa (el humor se convierte en otra buena cualidad que utiliza); personajes que no son planos, cuyo temperamento y temple inicial evoluciona hasta hacerlos diferentes al finalizar la obra; a los que cambia su vida conocida (demasiado tal vez, hablaremos de ello) en beneficio de la aventura y la historia. Una buena historia, por cierto, repleta de guiños interesantes.
Corre el año 1931. En Providence (Rhode Island), encontramos a un decaído H.P.L. que a los 41 años, tras su desafortunada estancia en New York y malogrado su matrimonio con Sonia Greene, vive acogido y mimado por sus tías, como un señorito inútil; se autodenomina Abuelo en su Círculo de amigos epistolares, y considera fracasada su carrera como escritor, hasta el extremo de decidir abandonarla. Cuando su amigo Belknapius (F.Belknap Long) se presenta con una ficha de biblioteca codificada para el Necronomicon y el encargo de personas muy poderosas de encontrarlo, la curiosidad supera a la lógica de la imposibilidad y acometen el allanamiento nocturno de la biblioteca John Hay. No acaba bien, y ambos se ven forzados a iniciar un viaje en busca del libro, al que se les une (de forma un poco forzada, hay que decirlo) otro escritor amigo y miembro del Círculo, el tejano Bob Dos Pistolas, Robert E. Howard, quien aportará al equipo el componente de arrojo y decisión que les falta a ambos.
Si, como digo, los tres personajes están bien definidos (desde una estereotipación ciertamente divertida: HPL indeciso y barroco, FBL pusilánime y secundón, REH fanfarrón y lanzado como uno de sus personajes), el mayor acierto, sin duda, se encuentra en la personalidad de Sonia, una mujer moderna, decidida y serena, dueña de la situación en cada momento, el pilar básico del equipo y contrapunto perfecto (e imposible) a la indecisión de Howard (P. Lovecraft). Pero no son los únicos. Por la novela transitan infinidad de caracteres (demasiados tal vez), muchos de ellos reales: Arthur Machen, Aleister Crowley, Fernando Pessoa, John Raskob, el propio Hitler… La subasta del libro innombrable en Sotheby’s, descrita de forma seria e impecable, se transforma en un despliegue de extras y figurantes conocidos de la época (Alfred Hitchcock, Peter Lorre, Charles Chaplin, Sara Allgood, Aldous Huxley, George Orwell, Ezra Pound, Salvador Dalí, Trostki… hasta el mismo J.R.R. Tolkien hace un cameo y obtiene una edición inalcanzable -que le cuesta cara- del Beowulf, gracias a HPL), para acabar convertida en un tiroteo frenético, y una persecución implacable por el Museo Británico, propios de una película de Indiana Jones.
Porque Los Nombres Muertos no es una novela de terror, sino de aventuras, al más puro estilo clásico y pulp del género, donde la acción y la intriga dominan sobre el miedo que suscita el libro prohibido o subyace como trasfondo. Una aventura imparable que su autor conduce con pasión descriptiva y un atrevimiento fuera de lo común (¿en exceso quizás?) durante buena parte de la obra. Después decae, en favor de un tratamiento más lovecraftiano de la situación; también algo más confuso, donde el lector puede llegar a perder el hilo por momentos y pensar que se alarga dema-siado, fruto de ese despliegue de personajes y nombres, algún cierre indefinido, y una cerrazón de la trama que no existía antes. Eso sí, obtiene un final de ruptura que nadie puede presuponer.
Jesús Cañadas es un valor en alza en el panorama de la literatura fantástica española (aunque, por circunstancias, resida fuera, como muchos jóvenes hoy). Estoy convencido que volveremos a hablar de su obra (apuesto que será reconocido en la Celsius 232 de este año), y nos hará disfrutar buenos momentos futuros, si mantiene el desparpajo demostrado en Los Nombres Muertos, y esa visión para elegir temas, situaciones o personajes con que nos ha sorprendido. Calidad y estilo tiene para conseguirlo, siempre que no se pierda en el exceso incipiente o la autosuficiencia que podría generar el éxito.
Pues si bien he disfrutado bastante con la lectura de Los Nombres Muertos, que ha mantenido despierto mi interés hasta conocer cómo se resuelve el final, y la recomiendo, también opino que una cierta contención en la espectacularidad de algunos hechos («daños colaterales» innecesarios) no hubiese estado mal. Porque aunque la novela recrea «lo que podría haber sido» y no lo ocurrido en realidad, utilizar personajes reales y conocidos para hacer más espectacular la historia tiene su peligro. Y consecuencias bastante significativas, a mi entender: de suceder los hechos como propone Jesús, alguno de los escritores que cita y trata jamás habrían sido famosos, y él no hubiese podido utilizarlos como personajes… Círculos que no se cierran y crean espirales inciertas… (que, para no generar spoilers, comento al final, bajo la foto, en tinta blanca. Para verlas, selecciona el texto).
Jesús Cañadas parece emular a G.R.R. Martin en el trato de algunos personajes llamativos; solo que, en su caso, éstos nos han dejado un legado fantástico que no existiría:
- En septiembre de 1931, Arthur Machen ya había escrito toda su obra significativa, por lo que 16 añitos de nada pueden perdonarse (no sé si él…). Pero,
- John Ronald Reuel Tolkien, aunque tenia publicado El Hobbit, no concebiría El Señor de los Anillos hasta 1937, obra por la que es considerado «padre de la Fantasía moderna».
- Por esas fechas, Robert E. Howard sólo había escrito de sus personajes más carismáticos varios relatos de Solomon Kane y dos de Kull; por lo que, con seguridad, no sería más que otro entre muchos autores pulp. (Eso sí, le concede un final bastante más heroico y guerrero que en la vida real -que él mismo agradecería, por conducirle al Valhalla- en una escena que podría ser extraída de un relato de Kirby O’Donnel o Francis X. Gordon, El Borak). El primer relato de Conan el Bárbaro no se publica hasta 1932…
Y, en ambos casos, Jesús, muchos no podríamos perdonarte…
😉