Hacía tiempo que no leía nada de Rafael Marín, al que sigo habitualmente en su blog-bitácora Crisei o sus incursiones por facebook, prolífico en grupos. Hace mucho también que nada escribo por aquí, meses, que deberían haber supuesto diversos post sobre lecturas interesantes (al menos para mí), ahora pendientes de recuperar (R.E.Howard, Joe Abercrombie, Brandon Sanderson, Steve Erikson, Leigh Brackett, Harold Lamb…). Quería volver, pero no me decidía; o no encontraba entusiasmo suficiente para hacerlo. Son de Piedra, que terminé ayer mismo, lo ha conseguido.
Dejé al Rafael Marín autor hace años, junto a la Ciencia Ficción, por falta de tiempo para tanto (salvo alguna incursión elegida muy de vez en cuando, para no perder las buenas costumbres); a cambio, y dejando a un lado su vertiente cómic o traducción, me perdí su obra fantástica, y su trasvase al realismo mágico de una Cádiz (Cadi, como él dice) que es una pasión en sí misma y el entorno mágico que inspira su imaginación. Agradezco a Luis G. Prado la recuperación de estos relatos desde Artifex, que me han permitido acceder a una nueva perspectiva del autor y su obra, con la que he disfrutado más de lo que esperaba.
Porque Marín no sólo imagina episodios cotidianos, a los que envuelve en un contenido fantástico o mágico para crear una historia, sino que utiliza su propio entorno y vivencias personales para construirlas (todo autor lo hace, en mayor o menor medida, pero Rafa lo hace muy bien); y por encima de todo, costumbrismo o fantasía, realismo o ficción, cuenta cosas (como esas piedras que le hablan a Chloe) que suenan a cerca, a propias, a sentimiento, creíbles. Y eso gusta. Me gusta.
Como me gusta, y mucho, que sienta y viva su ciudad (todos los gaditanos lo hacen; lo dice un malagueño, con algo de envidia) y la tenga tan presente en su obra: Así, Son de Piedra es un relato mágico que rememora en dos momentos de tiempo sensaciones de esa Cádiz colonial que se enlaza con La Habana, de forma similar a como Carlos Cano lo hacía poniendo música a la letra de Antonio Burgos (sobrevolaba su canto mientras leía). Sorprende en Una Canica en la Palmera, al revivir un episodio de 1947, la explosión del polvorín de la armada, que aún hoy pervive en la memoria colectiva de la ciudad (lo sé porque mi amigo Rafa -otro Rafael, también gaditano-, me lo ha contado varias veces); pero aquí lo hace a través de unos ojos infantiles que añaden a la historia un toque toque tétrico espeluznante. Como tétrico resulta El Último Suspiro, relato con tintes románticos becquerianos (pero más cotidiano y canalla) de cadáveres y cemen-terios, y un bareto perdido en el que Torre (sosias cercano a lo sobrenatural del propio autor devenido en demiurgo) asiste como convidado de piedra a una extraña partida de dominó, que a la postre resulta juicio espectral sobre un asesinato pendiente. Por La piel que te hice en el aire transitan todos los personajes de la movida madrileña de los ’80, que el autor confiesa no haber vivido pero retrata con acierto y una sensibilidad que conmueve, entremezclada con anécdotas reales y el fantasma trasunto de una Quimera inventada. La ciudad de su niñez cobra vida en Las Brumas de África, ya sin espectros, pero con un personaje al que nada altera su rutina habitual, y un regusto a librería de pulp y cómics perdidos que despierta añoranzas de otra época.
Ya sin Cádiz como trasfondo, por los versos sin rima de Epigramagia deambulan y transitan personajes de pulpa y tebeos, y cine, y literatura fantástica clásica, que son un guiño a sentimientos propios y compartidos y estimulan la sonrisa del lector aficionado. Y pura historieta -novelada a falta de otro medio-, resulta Llena eres de Gracia, con la llegada de Ángela a ese trío de ángeles asesinos con patente de corso vaticana para combatir al mal demoníaco por cualquier medio (¡qué gran serie de cómic o televisión hubiera sido Ora Pro Nobis…! [1], imaginada tres años antes que la canadiense y de éxito Supernatural). Y sobre esta piedra posee también pulsión vaticana, sólo que de corte futurista (¿premonitorio?), un space-opera un tanto sui generis y con mensaje, frente a la pura acción de la anterior: los intereses de las grandes corporaciones que dominan al mundo, incluido el Vaticano, fagocitan todo intento de buenas intenciones que posean sus miembros (hay cierta alusión al Papa Francisco en sus comentarios -y ¿por qué no? en ese Jerónimo Sierra descrito 15 años antes de su nombramiento-). …Algo de visionario demuestra el autor a lo largo de los relatos y comentarios de esta selección.
Mención aparte merece La sed de las panteras, que debió llamarse La Maja muerta, una historia ambientada en el Madrid sitiado de la guerra civil española, donde Picasso y Alberti se convierten en personajes de un relato en el que se también se citan Mª Teresa León o José Bergamín, junto a Largo Caballero, Durruti y Miaja entre otros. Pero en el que el protagonista, además del miliciano Dumas, es Goya y el misterio tenebroso de uno de sus cuadros, desconocido y maldito, oculto en el Museo del Prado. Tan maldito que aconseja la intervención de los Ora Pro Nobis de la época. ¡Digno de un episodio del Ministerio del Tiempo, Javier Olivares!
Dejo para el final Bibliópolis -el único relato de los que componen el libro que conocía-, por lo de majestuoso que tiene la idea y su concepción, no sé si onírica o sutilmente imaginativa, pero impresionante siempre: esa «ciudad de mármol, infinita, llena de libros» donde se encuentran las historias no escritas (aún o nunca) de todo autor. Una idea tan genial (y concebida dos años antes) como el Cementerio de los libros olvidados de Ruíz Zafón, solo que sin su tirada ni reconocimiento mediático (aunque con ese premio especial y único de haber dado nombre a una editorial). Sólo por su concepción -o sueño- Rafa Marín es un genio, si no lo fuera también por el resto de sus historias y personajes de toda índole, género o medio en el que se aventura a escribir.
No os lo perdáis. Y disfrutad.