Poco después de terminar la Segunda Guerra Púnica, un destacamento de la milicia romana asentada en Tarraco persigue a un asesino cartaginés por tierras cántabras. Allí se les une Vindius, un formidable montañés con un parche en el ojo derecho, que les sirve de guía por aquellos parajes inhóspitos. Pronto descubren que el hombre apodado la Muerte Blanca, por su ferocidad guerrera y el color de sus cabellos, no es uno más de aquellos bárbaros cántabros o astures que colaboran con las tropas de Roma; y Milciades, el legionario de origen griego que más tarde narra sus crónicas y goza de su amistad, terminará admirándolo y conociendo su historia, el por qué de su continuada relación con lo sobrenatural.
Luis G. del Corral es un admirador de Robert E. Howard. Nunca lo ha negado, y se le nota. Y, bajo el enlace de la persecución del cartaginés huido, en Vindius, el guerrero del norte, presenta una sucesión de relatos de Fantasía Heroica de corte antiguo, muy en línea con el autor tejano y esa esencia añeja de los viejos pulps, donde no existen grandes movimientos de masas, fines elevados o civilizaciones en peligro por la amenaza de un Mal superior, sino acción local sin límites, exaltación de lo personal (el contrapunto de la barbarie frente a la civiliza-ción no falta), entremezclada con elementos y seres sobrenaturales de toda índole.
Pero, sin duda, el acierto del autor consiste en construir un personaje de tintes howardianos con personalidad propia, pues bebe en fuentes cercanas, de nuestra misma patria, tan rica en historia y protohistoria, mitología y leyendas; algo que siempre apoyé y he pretendido hacer desde la época de Berserkr (donde ya se publicaron los relatos fantásticos de El Cid de Eugenio Fraile, o el Nórax de Tartessos del que esto escribe, entre otros). Una riqueza ancestral que muchos no tienen y por ello han de inventar mundos ficticios; y nosotros, que disponemos de ella a raudales, no utilizamos lo suficiente. Luis Guillermo lo hace, y sitúa su personaje en un lugar y época concreta (el norte de España, sobre el 192 a.C.), y lo enraiza con usos y costumbres de los cántabros de entonces descritos en textos romanos y, sobre todo, con la mitología de su tierra: el Ojáncano (el temible cíclope cántabro), la Anjana (ser féerico, contrapartida del anterior), el mítico monte Vindio (Blanco) de paradero incierto, de quien toma el nombre.
Vindius tiene mucho de Conan, para qué negarlo: su tamaño y fuerza, un origen en montañas inhóspitas, fiereza y habilidad en combate, compromiso de palabra, y ese instinto bárbaro frente a lo sobrenatural. Pero también diferencias notables: un parche cubre su ojo derecho, perdido en la juventud en el enfren-tamiento con el Ojáncano, al que extirpa y come el corazón y bebe la sangre para adquirir su fuerza vital, que renace en combate; y, elegido de la Anjana, no reniega de la magia (o el favor de los dioses, a quienes respeta). Fuertemente armado siempre, embraza escudo o lucha a dos manos con hacha de doble filo y falcata; porta puñal y venablos mortales; y aunque celoso de su libertad, no duda en aceptar como recompensa la ciudadanía romana, contrapartida de un Bran Mac Morn más cercano en el tiempo. Y en cuanto a su imagen gráfica, José Baixauli lo reproduce de forma admirable.
El volumen recopila todas las aventuras del cántabro escritas hasta el momento (vendrán más en el futuro), desde su juventud hasta su partida a Roma junto a Milciades, camarada y biógrafo. No es en sí una novela, sino la conjunción de diversos relatos cortos, historias independientes entre sí (lo que facilita su lectura) pero nunca inconexas, pues se enlazan y secuencian con esa persecución del cartaginés por los hombres-águila; un periplo por el norte ibérico hasta la finis terrae, y su regreso a Tarraco, poblado de seres y personajes de origen mágico o sobrenatural, enanucos, muertos vivientes, hombres-serpiente, gusanos de la tierra, criaturas mágicas, y seres superiores extraídos con acierto de otras mitologías o reinos protohistóricos (aunque no perdono -dicho esto con cariño, por supuesto- esa mezcla extraña de «mi» Tartessos con magos egipcios -los malos de REH-, un tanto forzada quizás y algo fuera de contexto).
La obra recoge también la evolución de su autor a lo largo del tiempo, entre el primer relato y el último. Y como tal, junto a momentos y recursos logrados presenta también esos fallos primerizos que caracterizan al admirador de Howard (para no señalar a otros, yo mismo los he cometido y sé de qué hablo), de utilizar un estilo literario sobrecargado en adornos, barroco, profuso en epítetos, sin el dominio que tiene el maestro. Aunque mejora conforme avanza la obra y casi desaparece al final, puede llevar a alguno a desistir al comienzo. No lo recomiendo: la obra se deja leer con gusto, y estoy convencido de que en el futuro Luis Guillermo va a ofrecernos momentos muy interesantes, y nadie querrá perderse el inicio de un buen personaje de Fantasía Heroica como Vindius, el guerrero del Norte, al que auguro un feliz porvenir
Buena edición de Dlorean, con portada muy atractiva de José Baixauli; tipografía agradable y presentación muy correcta, con cortes en los capítulos que componen cada relato, lo que ayuda y facilita su seguimiento. Sólo proponer una mejora, fácil de solucionar en la próxima: en una obra de estas características se echa en falta un índice que nos guíe y de referencia. Por lo demás, ¡adelante!.