Es la imagen de Príncipe Valiente en los días del Rey Arturo que más vívida se mantiene en mi memoria desde tiempos lejanos, la que mi inconsciente primero y mejor relaciona con la obra de Hal Foster: la batalla sobre el puente del prado de Dundorn (picar sobre la imagen para verla ampliada).
Publicada en la plancha 71, de 19 de junio de 1938, recoge esa ilustración excelsa de Val enfrentando en solitario la horda de hombres del Norte que han raptado a Iléne, su amor juvenil, a quien pretende rescatar; portando por primera vez la Espada Cantarina (1), regalo del príncipe Arn, su amigo y rival en amores (no mucho más tarde la bruja Horrit la identificará como Flamberge, forjada en la misma magia que Excalibur del Rey Arturo). La poética del cómic de Foster alcanza aquí su máxima expresión, cuando la descripción ilustrada supera a la del propio texto que la acompaña, y expresa, sin palabras, poesía pura comprimida en una imagen, más que cualquier narración posible. Una supuesta traslación escrita de la misma alcanzaría diversas páginas para poder transmitir al lector toda la intensidad que Foster consigue comunicar en media plancha dibujada: la descripción del terreno dominado por la piedra; el embate impetuoso de una tropa de norteños que carga arrogante por la angostura de un puente; la dificultad de su avance, el estorbo de unos compañeros frenados en seco ante el arco que describe la hoja afilada en su canción de muerte; el grito de dolor de un herido; el miedo del retraído; el imposible esfuerzo por avanzar de su segunda fila, el desaliento de los primeros derrotados, ya superados; el ímpetu de quienes acuden y se suman nuevos al grupo atacante; la recia voz del jefe que arenga a su tropa mientras observa confundido el resultado increíble que obtiene un sólo hombre bien posicionado; la caída -casi a «cámara lenta»- del vencido por sobre el puente; la rabia del que aterriza sobre las aguas -¡qué aguas!- de un arroyo vivo y rugiente, en movimiento, bajo las sombras cambiantes de un arco de piedra; la incredulidad de quienes han salvado las aguas -y su vida- y observan sobre sus cabezas a un Val inspirado, destacado en claroscuro profundo de sombras que definen la garganta de piedra. Un Val superior, de gesto tenso y movimientos flexibles, implacable en su embate, señor del dominio que marca con sonido sibilante su mágica Espada Cantante (1).
Todo eso transmiten los rostros, expresiones y movimientos -flexibles y naturales- de 28 cuerpos contenidos en una sola ilustración de Harold Foster (que, sin embargo, para nada aparece sobrecargada, sino repleta de espacios vacíos). Todo eso, y mucho más: invito a cualquiera a detenerse y disfrutar observando cada detalle de realismo y veracidad contenido en toda arma, cota de malla, gleba, escudo, adorno o vestimenta que porta cada contendiente (el color de Planeta-Bocola, lo permite y facilita).
Todo eso… en una sola viñeta, demuestra la grandiosidad de su obra.
¡Honor y gloria por siempre a Hal Foster y su Príncipe Valiente!
- No puedo dejar de recoger la reflexión y lamento de ese gran amante de la obra que es Rafael Marín, ante la imposibilidad del castellano para recoger una traducción idónea para Singing Sword, nombre original de la espada que canta: «no transmite el sonido del término en inglés («Singing sword» hace que oigas la «s» sibilante que se supone entona la espada), y cualquier adjetivo está viciado de antemano: Cantante, Cantarina, Cantora.» (en http://crisei.blogalia.com/historias/41526)