Atractiva y sugerente portada que engancha a primera vista, como la sinopsis, y una poco afortunada edición que provoca cierto rechazo a su lectura, en esta primera novela de Ansola, escritor y guionista que demuestra su dedicación al cine.
«Illius es el vacío, el espacio que queda desde el final de la recta de la vida hasta que se cierra el círculo de influencia del último de los invitados. Es un terreno muerto que inevitablemente debe transitarse para que todo concluya y nada quede abierto… En Illius viven los desesperados, los que han sufrido los peores finales o han escogido sufrirlos por adelantado».
¿Queda claro? Para nada; pero ¿verdad que suena fúnebre, atractivo, oculto, misterioso, paranormal…? Pues lo mismo la novela.
En Illius (de él, en latín), Raúl Ansola consigue crear en el lector un cúmulo de expectativas sorprendentes en torno al misterio de una idea maravillosa: la aparición en una inocente foto de un paisaje en el monte, hecha tiempo atrás, de un niño que no estaba en aquel lugar en el momento en que fue hecha, y que señala con su dedo la cruz de hierro de una tumba… sencillamente genial. Si -además- en su inicio deja pistas de un secuestro, el misterio está creado, las expectativas servidas, y abierta la esperanza de leer una buena historia. Si -también- los dos personajes de la obra (el resto, excepto David, se reducen a pinceladas) están bien planteados (aunque indefinidos), la cosa promete. Pero…
Personajes bien definidos no implica necesariamente identificarse con ellos; algo que también le sucede a la obra. La personalidad indecisa de Aurora, obsesionada por la fotografía descubierta mientras revive una ruptura que no consigue superar ni sobreponerse a ella, encuentra colofón y pareja en la de Marcos, un buen amigo, aunque distinto, algo friki y estrafalario, que sigue y estimula en su amiga el misterio (¿quién es el chico de la foto… y por qué aparece en ella si no estaba en el lugar?) y lo traslada al lector (¿qué tiene que ver ese niño con el secuestro del inicio?)
El estilo narrativo de Raúl Ansola, atractivo y fluido en los diálogos, utiliza sin embargo en numerosas ocasiones (como hace en «La Exposición») la tercera persona del presente para describir sucesos, a veces reales, imaginados o sueños, que a mí personalmente no me convence (una sensación subjetiva que experimenté años atrás, con Zelazny, y sus «Criaturas de Luz y Tinieblas», y desde entonces no he abandonado). Porque si en determinados momentos consigue el deseado efecto cinematográfico de cámara subjetiva que persigue a personajes y situaciones de forma incansable, por ese mismo motivo, terminas viendo la escena desde fuera y no te introduces en ella, no la vives; la historia que te cuenta se convierte en un guión que analizas, pero no sientes (un enfoque subjetivo lo veo efectivo en primera persona, como en aquellos thrillers clásicos de novela negra -llevadas al cine-, por ejemplo). Una pena, porque el bagaje cineasta de Ansola impregna la obra, y por momentos me he sentido inmerso en una propuesta de suspense psicológico con pinceladas fantásticas, con recuerdos inconscientes al Amenábar de sus inicios; una historia que se complica entremezclando la vaguedad del misterio con sentimientos personales difusos y transmite la desazón de sus protagonistas, su falta de rumbo, su propia indefinición…
Pero si la imprecisión en la trama es una arma lícita de autor, que posibilita un final brillante cuando se explica y aclara, un final también difuso conduce a la dispersión; y una buena propuesta inicial se convierte en obra confusa. Esa es la impresión que deja Illius tras leerlo; que en algún momento, algo se rompe en su guión. Si un buen autor/director utiliza acertados giros -por fuertes que sean- sobre una trama bien definida, en Illius el giro es tan brusco que la historia se quiebra, los personajes se abandonan y hunden en su propia fatalidad, y la trama se desmorona y transforma en confusión. Su última parte parece escrita por otra mente, en otro momento, bajo un punto de vista distinto; una película cortada y terminada por otro guionista y director que, además, olvida y huye de aquella propuesta inicial que hacía tan atractiva la idea, liquidada de golpe, en un instante, sin aclaración suficiente.
Hay quien dice que los finales abiertos son inteligentes porque permiten a cada uno imaginar el desenlace que mejor entiende, o varios posibles, alternativos. No es el caso; aquí nos encontramos con un final cerrado, aunque impreciso y sin solución de continuidad, más allá de la extraña teoría de Illius que propone David, de almas descompensadas, influenciadas por hechos que sucedieron años antes… o después, en el futuro. He leído en algún sitio que finales poco claros apuntan a la genialidad, porque te dejan con ganas de leer de nuevo la misma obra… Me hago viejo, sin duda: pocas veces he sentido la necesidad de re-leer una novela recién acabada, ver una película dos veces seguidas, salvo que se trate de una obra de arte; o tan atractiva que desee disfrutarla bajo un nuevo enfoque, encontrar percepciones distintas a su planteamiento inicial, que lo enriquezcan; pero leerla dos veces seguidas para poder entenderla o captar su idea lo considero un atraso, habiendo tantas otras obras por leer, propuestas interesantes por descubrir… Agradezco en cambio finales sorprendentes, pero tan lógicos que te cambian la percepción que tienes de lo anterior y te hacen revisitar los hechos bajo un prisma diferente, como en el «El Sexto sentid0», de Shyamalan, o «Los Otros» de Amenábar. O qué decir de ese final -también de influencias pasadas- que explica todo (y lo oscurece aún más) de Stephen King en «El Resplandor», revivido por Kubrick…
De todas formas, voy a seguir a Raúl Ansola en el futuro; su idea y planteamiento me han parecido tan atractivos que quedo a la espera de nuevas propuestas, siempre que decida huir de inconcreciones o desenlaces rupturistas. Confío en ello. Y en que para entonces disponga de una edición mejor que la actual, pues aunque una portada sugerente complemente una idea sugestiva, su presentación recargada, sin apenas márgenes ni espacios claros, configura una página agarrotada que provoca rechazo a su lectura; y quien sabe si no contribuye a hacerla aún más confusa.
(Reseña publicada también en BEM on Line)